jueves, 29 de diciembre de 2016


              Cómplices
              (cuentema)

Pobre la señora de la otra mesa,
un mosquito encontró su tobillo.
Hace ruido con sus pulseritas,
mientras las uñas van y vienen.
La miro, y si…
Adivinaron, a mí también me pica.
Voló hacia la mejilla derecha.
Hábil la señora,
lo resolvió con la otra mano.
Sangre, su sangre roja.
A mí no me pica nada;
pero la sensación la tengo.
El pordiosero, con su único ojo
me observa del otro lado del vidrio.
Luego mira a la señora.
¿A él también le pica?
Ella me ofrece sus ojos verdes,
sonríe y acaricia su corta melena.
El hombre, a través del vidrio
lanza su triste carcajada.
Exhibimos nuestras perlas blancas.
Ella y yo.
El, muestra virtuales perlas negras.
Casi al unísono comenzamos a rascarnos
sin que nos pique nada.
       Saúl Buk   

martes, 8 de noviembre de 2016


                   El dedo
                         (cuentema)
La señora, ubicada al lado de la ventana,
ocupaba mi asiento en el bar del primer piso,
el de siempre.
Ese era mi lugar.
De perfil parecía un signo de interrogación invertido.
Cabeza blanca.
Camisa rosa.
Pantalón negro.
Café, medialuna y libro.
Leía y buscaba la tacita.
Tres veces introdujo su índice derecho
en la taza de café.
Me acerqué.
“Señora, quite su vista del libro
para agarrar la taza”.
Llamó al mozo.
El tipo ya me conocía
y me pidió “que me deje de joder”.
Mientras, las bacterias de su dedo
se ahogaban en el tibio líquido negro
y ella se lo tomaba.
Felizmente me hizo caso.
De vez en cuando, me miraba de reojo.
Yo le sonreía.
Ella regresaba a la lectura.
Hasta que vino su amiga.
Se situó frente a ella y comenzó a leer.
La señora me volvió mirar.
Mientras, yo me hacía el distraído,
pero escuché que decía:
“Ojo, Rosita, no metas el dedo en el café,
se contamina, querida.
       Saúl Buk   

jueves, 13 de octubre de 2016

                 Consuelo
                      ( Cuentema)
Caminaba hacia su mesa en el bar
una mujer gigante.
Toda de negro.
Grande a lo alto y a lo ancho,
coronada por una canosa cabecita,
portadora de una pequeña flor blanca.
Suprematismo.
Pidió un cafecito.
Posillo blanco. Contenido negro.
Le iba bien.
Malevich lo habría aprobado.
Cuando ensamblaron sus partes
¿no estaban numeradas?
Algo no funcionó en el armado.
La miré muchas veces,
mientras buscaba su contraparte.
¿Quién será el dueño de una cabeza grande
y un minúsculo cuerpito?
No la hallé.
Hasta que sin desearlo
me ubiqué frente al espejo.
Entonces, ella me sonrió.
    Saúl Buk   

lunes, 3 de octubre de 2016

GLOBOS
El sacrificado globero,
camina lento por Juramento.
Es portador de una cruz de madera.
De sus extremos, como brazos delgados,
cuelgan los hilos, que rematan en globos.
Muchos. Muchos.
Inflados, revientan de aire.
Como nosotros.
De diferentes colores.
Orgullosos.
Piel y gas.
No son. No somos
otra cosa que balones inflados.
Aunque algunos luzcamos
como hermosas acuarelas.
Todos nos desinflaremos.
¡Casi final!
Un señor se acercó
a la mesa del café
y me despertó.
Me pidió el diario,
Que yo estaba soñando.
¡Qué lástima!
           ….Saúl Buk      

miércoles, 28 de septiembre de 2016

                                              Nueve dedos para una lata
Hoy le toca pescado. Va a la heladera y con su mano izquierda saca una tira de papel impreso, adherido a una pequeña lata redonda y cerrada de ambos lados. Se calza los anteojos y lee: atún.
La lleva  a la mesada y la limpia con una servilleta de papel, luego hace un bollito y lo cabecea, como siempre, para finalmente embocarlo en el tacho de residuos.
Da dos pasos a la derecha  pisando únicamente las baldosas negras del piso hecho en damero. Abre con su mano izquierda el segundo cajón del mueble y saca dos tiritas de metal con algo redondo en su extremo: el abridor de latas.
Golpea el mármol con su puño derecho, enojado  por haber tirado la servilleta. Busca otra y limpia el abridor.
Antes de intentar abrir la lata hace algunos movimientos de flexo- extensión con los dedos  de su mano derecha.
Son cuatro, porque al pulgar se lo amputó una sierra en la carpintería.
Sonríe. Aprieta sus labios. Mira al cielo. Piensa que esta vez no va a tener dificultades.
Agarra la latita con su mano izquierda y con la otra trata de encajar la ruedita filosa en el borde sobresaliente de la misma. No lo logra. Otra vez golpea el mármol de la mesada. Insiste y ahora sí; se encajó, se escuchó el ruidito.
Ahora la lata y el abridor son como novios recién casados.
¿Por qué no hay abridores para zurdos? Nadie se dio cuenta de que él no puede con la mano derecha hacer girar la manivela para abrir la lata.
Camina hacia la mesa de carpintero, llevando esa extraña escultura que forman la lata y el abridor. El misterio está adentro. Mira fijo la lata. ¿Será de atún el contenido?
Engancha en la morsa la parte giratoria del abridor  y da vuelta la lata. Como siempre, coloca un plato debajo, porque empieza a caer el aceite. Aprieta fuerte la rueda del abridor y con la mano izquierda hace girar la lata. Se va abriendo. Antes de que se corte del todo la tapa, afloja la presión de la morsa y retira la lata. La da vuelta y trata de sacar con la mano la tapa ya casi totalmente desprendida.
En el esfuerzo se le zafa y se lastima la yema del pulgar. Como siempre, una gota de sangre cae sobre el pescado.
Su cara se pone tan roja como el atún teñido.
Respira hondo, se relaja. Sacude los nueve dedos. Va al cajón de los cubiertos, retira un tenedor con su mano izquierda y como siempre, come de la lata.
                                                            Saúl Buk  

jueves, 22 de septiembre de 2016

El tipo del traje gris
Entró arrastrando sus gastados zapatos marrones.
Un tipo grande.
Cargaba con su enorme traje, viejo y brilloso.
Le sobraba gris.
Su mesa reservada, ya tenía la botella de vino.
Mientras se sentaba, alisando los tres pelos de su calva,
el mozo le servía el tomate partido y le alcanzaba la cuenta.
Comía lentamente.
Acercó su mano a la billetera.
Los dos billetes de cien pesos  los apoyó sobre la mesa.
Sus pequeños ojos celestes  no dejaban en paz al ocre dinero. 
Menú ejecutivo.
Segundo plato: ravioles.
La salsa la pidió aparte.
Con cuchara levantaba la pasta,  
que demoraba en llegar a su boca.
Una lágrima por cada billete.
El mozo los retiró sin lástima.
Trajo el vuelto en una mano y el postre en la otra.
Manzana asada.
El tipo dejó la propina: dos marrones
y guardó el cambio.
La fruta, ya la había trasladado a su estómago.
Lento, sacó la raída billetera de cuero.
La apretaba.
Tenía la vista fija en los dos billetes de diez.
De cinco pesos sacó un par.
Quiso suplantarlos.
Una leve mueca apareció en su boca y se arrepintió.
Desplegó con esfuerzo  su esqueleto,
como si fuera un metro plegadizo.     
Sostenía con dolor las telas  grises de su ropa.
Agotado, no se sabe a quién,  le dijo:
“hasta mañana”.
         Saúl Buk  
                  Hoy
Me di cuenta que las palabras no alcanzan,
 que son pobres e incompletas;
 como nosotros.
Vacías, pero llenas;
suelen ser como las cajas de un mago.
 Me siento atiborrado de algo
que no consigo expresar.
¿Cuál es el lenguaje para decirte lo mucho que te quiero?
O tal vez no deba decirlo.
¿Cómo lo resuelvo?
 Se me ocurre  dudar,
 dudar de cómo hacerlo.
¿Preguntarte?...
¿Responderte?...
 Brota de mi alma un sentimiento,
un pimpollo en primavera.
Combinación de alegrías y tristezas compartidas,
pero no consigo derramar la tinta
color amor que desborda mi copa.
Me contengo frente a ese muro.
Percibo  tu dolor como propio.
Gozo con tu risa.
Siento que siempre estoy en vos.
       Saúl Buk      

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Etnias de “La Grenouillere”


Luces, de trazas blancas.
Oscuros, casi negros.
Grises gritando. ¡Qué grises!
Verdes sobre verdes.
¿Qué son?
De rojos y ocres, surgen fuegos en el agua.
Manchas en el “Camembert”.
Humanos color noche,
Sólo uno, es un brochazo azul.
Solitarios.
Pinceladas verticales, grises azuladas.
Otras acostadas, labios de mujer y blanco.
¿Se entrecruzarán?
Rojo que desgarra el negro.
Drama en el bote.
Dos en el agua. Muchos aislados.
¿Y el árbol?
Uno para todos, como un padre.
Proyecta su sombra.
¿Alcanza?
Seis en el bar.
Tres de oscuro, tres de blanco…
 Todos grises, plomizos.
Sus ausentes miradas, descubren el azul y el amarillo,
Total, dicen, en el fondo todo se mezcla.
Cezanne dixit:
“Monet es sólo un ojo,
Pero, Dios mío, qué ojo”
Los óleos puros de los pomos,
Agradecen el encanto.
                   Saúl Buk     

miércoles, 31 de agosto de 2016

        La experiencia
Era muy joven y vestía de negro.
La hacía madura.
Se ubicó en la mesa que da a la ventana.
Agitaba su pierna derecha,
mientras su mirada se estrellaba
contra la puerta.
Miró el reloj.
¿A quién esperaba?
Extrajo un espejito de su cartera
y una pequeña caja redonda.
La abrió y suavemente
Con la yema de sus dedos
comenzó a ponerse algo en la cara.
Se observaba en el cristal plateado… y corregía.
Hasta que al final sonrió.
Miró el reloj.
Apretó sus labios.
Ya no movía la pierna.
Suspiró profundo.
Sus ojos azules “pixelaban” la entrada del bar.
Golpeó con ambos tacos el piso.
Me reconoció.
Un extraño gesto apareció en su rostro.
Fue algo como: ¡y bueno, sucede!
Comenzó a caminar en el sentido de la flecha
que indicaba la  salida.
      Saúl Buk 

lunes, 22 de agosto de 2016


       Inexplicable ausencia    

Las tenía conversando muy cerca de mí.

Nos separaban pocas mesas.

Eran dos. Una señora de blanca y enrulada cabellera

y una joven a la que nunca le pude ver el rostro.

La muchacha sostenía un cuaderno en su mano derecha

y un libro en la izquierda.

La anciana, de anteojos de marco oscuro,

se abrigaba con un multicolor pullover tejido a mano.

Como una serpiente, un largo pañuelo verde rodeaba su cuello.

Se arrastraba en ella.

La cartera negra ocultaba su pubis

y un pantalón azul, “brillosamente” gastado,

cubría sus enfermizas piernas.

Le daba confusas explicaciones a la niña,

mientras señalaba la tapa de un texto rojo.

 Hablaban en voz alta, pero yo no entendía su idioma.

A  intervalos sincronizaban las bisagras

e  inclinaban sus cabezas sobre el libro.

¿Sería para entenderlo o tal vez para reverenciarlo?

Se miraban a los ojos para comunicarse.

Parecía no alcanzar.

¿Miopía o veneración?

Entonces, la joven acompañaba sus dichos con ampulosos gestos.

Esfuerzo lógico, pero vano.

¿Cómo no se percataron que no se puede

mantener un diálogo sin la ayuda del celular?



                        Saúl Buk 22-08-2016

miércoles, 17 de agosto de 2016

                Cita a ciegas
Llegaron casi juntos.
Se sentaron enfrentados
en una mesa del bar del primer piso,
Mientras  saboreaban  el café
las señas convenidas fueron desnudadas.
Él era mayor, canoso y casi calvo.
¿Trataba de seducirla?
Lo que yo no entendía era: ¿Cómo lo hacía?
Ella era una joven rubia de uñas rojas.
El relleno celeste de sus órbitas se clavaba en el celular.
Dos extensiones de sus manos,
se movían velozmente sobre el teclado.
Él hacía lo mismo y sus pulgares temblaban.
¿La comunicación sería siempre virtual?
Satisfacían su ego, mostrando a intervalos,
los rectángulos blancos que asomaban detrás de sus labios.
¡Oh sorpresa!
Se levantaron para darse un beso en las mejillas.
¡Tibio! ¡Tibio!
Se reubicaron en sus sillas
para continuar con su esforzada tarea.
Sus emoticones se reían en serio.
Intercambiaron una mirada cómplice.
Otra vez sus cuerpos abandonaron el formato de la silla,
para estirarse verticalmente.
¿Sería un ritual?
Brindaron con las tacitas de café en alto.
Juntaron sus labios,
resistiendo la carnosa separación.
Chocaron los celulares y se fueron.
                         Saúl Buk   

domingo, 7 de agosto de 2016

                                             Por la mitad
”Estoy en el primer piso del  café, a unos diez metros de la ventana blanca. Toda ella es una cuadrícula vidriosa.
 ¿Qué veo?  
En realidad, ¿qué logro ver?
No lo puedo creer. Observo cómo se desplazan las partes de arriba de los colectivos. Todos cortados al medio.
Yo también pedí un cortado.
La radio sigue sonando. Escribo y escucho.
Con mucho recelo echo un vistazo y veo otro colectivo. Tiene escrito en su techo: Olivos 152.
 La radio me dice: ¿Cuándo bailamos? Me hace recordar a Sunset. Olivos y baile.
 ¡Qué tiempos!
Vicente Lopez-Chacarita, otro colectivo, no sé que número de línea.
¡Qué me importa! Es rojo y negro. Se va el colectivo y veo el cartel de propaganda de una marca deportiva en el frente de un negocio.
Medio florista, entrega medio ramo de rosas.
Medias personas caminan por la vereda de enfrente.
De la cintura para arriba. Camisas, sacos, cinturones, se desplazan por el marco inferior del ventanal.
¿Le quitaran la pintura de tanto rasparlo?
Belgrano-Constitución. Celeste y blanco.
Ahora pasan, el rojo, el amarillo. Nunca pensé que existían tantos colores de colectivos.
No, que chabón que sos, dice la radio.
¿A mí me habla o a quién?
Estoy partido al medio. Me acerco a la ventana. Ahora sí. Lo veo todo completo. ¿De qué me sirve? No sé de qué me sirve.
Pongo mi mano como si fuera una visera, pero sobre la mitad de los ojos.
 Ahora veo la parte de abajo de todo.
Caminan pantalones, polleras y se arrastran zapatos y zapatillas, entre otras cosas.
¿Adónde van? ¿Adónde voy?..

                                                      Saúl Buk  

lunes, 1 de agosto de 2016

                                    Porciones de un diario
                                                                                        Concreciones diferentes  pueden materializar la escena.
                                                                        De “Influencia de la hamburguesa en la vida de un escritor”,
                                                                  libro aún no escrito.
  
 Ese  día fui temprano al Burger de Cabildo a tomar un cafecito. Consulté en el mostrador por el diario del día. La empleada me señaló una pequeña caja adosada a la pared.
La gente lo va dejando por secciones y uno lo va recibiendo en cuotas .Si te acompaña la fortuna, conseguís  la parte principal.
Sigo una cábala, si encuentro únicamente  el suplemento “belleza”,  me busco otra cafetería.
Es mi costumbre leer solo algunos párrafos. No vaya a ocurrir que me contamine y mis escritos se salpiquen de rojo, ya que el periódico siempre  chorrea sangre.
Al poco tiempo de estar inmerso en la lectura, percibí una sombra de  baja estatura, silenciosa, con formato femenino.
Era una Eva raramente desdibujada.
Ella misma lo confirmó cuando me señaló el periódico con su índice derecho. Mi mirada la recorrió en su totalidad, comenzando lógicamente por su dedo acusador.
 En ese extraño momento comencé a razonar en voz alta y así comenzó nuestro diálogo.

-¿Quiere el diario, señora?, le pregunté haciéndome  el distraído.
 Está completo doña.
-Voy a ver si es cierto, respondió con mala cara.
-Si, están todas las secciones, le dije.
-El gobierno hace lo que quiere, señaló.
Me desconcerté.
-Esto lo escribo, pensé mientras me recomponía.
Yo le dije, ella me dijo…
Cosas diferentes.
Es la manera de entenderse.
No hubo discusión.
Entonces, ella leía.
Yo escribía.
Ella ya no me…
Y  yo tampoco.

Me fui…

viernes, 29 de julio de 2016

         Confundido
                  (Cuentema)
Estaba en el bar del primer piso,
leyendo el diario del día.
Solo había consumido media taza de café,
cuando escuché un grito:
“Enfermera”.”Enfermera”.
Me di vuelta y vi sentada,
cerca, a tres mesas de distancia,
a  una señora  gorda,
que vestía una chomba roja con raros dibujos.
Era la que clamaba.
Levantó  su voluminoso trasero
y comenzó a caminar.
Se expresaba con palabras inentendibles.
Agradecí que todo  lo hiciera para otro lado.
En las otras mesas,
cada uno seguía con lo suyo.
Me dije:”Mirá para otro lado, para eso elegiste la ventana”.
Colectivos de distintos colores
trataban de pasarse unos a otros.
Dos policías de tránsito, parados en la vereda,
sin hacer nada.
Gente cruzando en rojo.
Un manchón gris los vestía a todos.
Me pareció deprimente esa combinación de colores.
¿Internados en el sanatorio planeta?
Cerré mis ojos.
Recién entonces comencé a escuchar la música,
de la cual no me había percatado.
Rítmica, monótona y ensordecedora.
No sé por qué, pero mientras escribo,
estoy pendiente del próximo:
“Enfermera”.”Enfermera”.
¿En qué lugar no reinaba la locura?          
                      Saúl Buk  

lunes, 25 de julio de 2016

        Cuenta un cuento
                ( Cuentema)
La cuentista cuenta un cuento.
Sonríe perlas.
Su voz, se eleva, susurra y muere,
luego  como el ave fénix, resucita.
Deslumbra con sus enormes ojos negros.
Se escucha y dice.
Gesticula.
Las manos apoyadas  sobre su movediza cadera,
indican que la damita del cuento es sexy.
La miramos embobados.
Por lo menos yo.
Se sienta… Se para…
Hasta se disfraza.
¡Qué importa el texto!
Ella lo hace bueno.
Me superó.
Recuerdo…Recuerdo…
Es el mes aniversario de la ida de mi madre
y el ángel de la cuentista me la trajo.
¡Inesperado homenaje!
Mi mamá me contaba cuentos.
A la mañana para despertarme,
al mediodía para comer
y a la nochecita para atraer a Morfeo.
Aplaudo.
Con las manos y con el alma.
Tengo dudas, porque no sé a quién,
creo que a las dos.
     Saúl Buk 

jueves, 21 de julio de 2016

      Acuarela de Sao Paulo
Ancha y desbordante.
Todos corren, todos se apuran.
 El día tiene menos de veinticuatro horas.
A veces, ni  eso.
Te miran, pero no te ven.
Los coches se pasan rozando.
Los pies siempre se mueven.
Samba. Samba.
Sólo los inmóviles indigentes le quitan espacio a las veredas.
Miles de vendedores ambulantes.
Los autos de lujo
dirigen sus faroles hacia otro lado.
El olor del aceite de los bares obstruye el olfato.
Pao de queijo.
El puente de hierro es una reja que divide la ciudad.
Hay presos de ambos lados.
Un sol recaliente quema las ideas.
Guaraná. Guaraná.
El MASP, orgulloso de lo que cobija en su útero,
es sostenido  los domingos
por  viejos  anticuarios.
Arte parido.
Edificios con dibujos en altura.
Inentendibles.
Millones  mezclan sus colores.
Se contaminan, pero no se contagian.
Eu acho que sim.

                 Saúl Buk  20-07-2016

martes, 19 de julio de 2016

Fantasmas


Me asustaban sus comentarios,
siempre hablando de un abogado.
No sabía de qué se trataba.
Todo ocurría a mis espaldas.
¿Nunca lo haría de frente?
Mis pensamientos, en turbulencia.
Ni siquiera intuía como era ella.
“¿Por qué no suturaba sus labios?,
¿Con quién estaría monologando?”.
Me negué a darme vuelta,
Y no tuve ojos en la nuca.
La mesa de atrás, era la suya.
El bar, era de todos.
 Me sentí acorralado.
Di un primer paso para huir.
Al girar mi cabeza,
hice el esfuerzo no deseado…pero la vi.
Felizmente, no la conocía.
       Saúl Buk  

martes, 12 de julio de 2016



                 Paseando con William


Yo creía que paseaba con William,
cuando se separó de mí y fijó sus ojos en el lago.
No pude interrumpirlo.
Traté de hablarle.
Con esfuerzo le dije: hermoso significado el de tu apellido Wordsworth,
nada menos que palabras de mérito.
Se avivaron sus sentidos, se sintió halagado.
Desvió su mirada, ahora era un árbol, un haya, el blanco hacia donde apuntaba.
De repente me dijo: la naturaleza y yo somos uno
y agregó: el tiempo pasado fue mejor,
fue inocencia infantil con proyectos.
Me aparté de él aún más y regresé a mi niñez.
Gran trueno se oyó. Luego el silencio.
Y el rayo partió la rama del haya.
Caía lentamente y él  veía como sucedía.
Su vista estaba aferrada  a esa noble madera,
como lo hace la orquídea parásita.
Él estaba deslumbrado, igual que Adán
después de haber comido del fruto prohibido.
Mientras él contemplaba el bosque,
que acompañaba con susurros de viento el dolor de la rama amputada,
William estaba en su paraíso.
Yo lo observaba a él
y mientras lo hacía,
la rama… caía.
En ese instante, yo brillaba como el sol-niño.
Él me miró con ojos tristes, pero sabios.
Los dos oímos el estruendo cuando la rama golpeó fuerte contra la tierra.
     Saúl Buk