jueves, 5 de mayo de 2016

                                        Un soplo puro o no


Él estaba parado en el medio del vagón. Lo habían metido junto a los otros, así como estaban vestidos en ese momento. No había otra posibilidad, todos permanecían forzadamente en esa posición. Igual que sardinas enlatadas, pero de pie.
Choc-choc-choc-choc.
Algunos ya no podían  afirmarse sobre sus pies, los cuerpos se doblaban en zigzag, y eran sostenidos por el resto del pasaje.
Choc-choc-choc-choc.Avanza. ¿Hacia dónde avanza?
Abraham respiraba el aire viciado del interior. Lo transportaban  en la oscuridad. Se perdía.
 Las  puertas fueron  trabadas del lado de afuera.
Recordaba o le parecía que eso sucedía. No lo podía creer. Estaba rescatando de su memoria el día de su propio nacimiento, en aquella pequeña casita, cuando la comadrona le golpeó la espalda y a raíz de ello, ingresó  por primera vez oxígeno puro en los frágiles pulmoncitos. Lloró libremente. Se alegró por ello.

Algunos se orinaban, a otros le ocurrían hechos más graves. El olor era insoportable.
Esas horribles puertas de madera no ofrecían siquiera una grieta. Cada vez había menos aire, el poco que quedaba era irrespirable.
Sorprendentemente las narinas se agrandaban. Los ojos también. ¿Ver para respirar?
Choc-choc-choc-choc.
El tren se bambolea. Abraham también.
Sufriente e indefenso, supuso que la letra “h” en el medio  de su nombre era la culpable de esta situación. ¡Ay, por qué me pusieron Abraham!
Los alemanes lo empujaron a este viaje por ser portador de la letra “h”, pensaba. Fue más allá todavía, recordó que cuando estudiaba en aquella aldea polaca con su papá, éste le recalcaba que el patriarca Abraham, comenzó su vida sin esa letra. Era Abram. Se la agregaron cuando creyó en un único Dios invisible. La “h” era el aliento del Creador incorporado al nombre.
Choc-choc-choc-choc.

 La mitad de la gente, en especial  los ancianos, se habían derrumbado, ya no se los veía. Cayeron  sobre sí mismos.
El ruido, ése ruido infernal y presagiante, los atormentaba a todos.
Abraham creía que las sílabas de su nombre y el ruido del ferrocarril, eran instrumentos de una orquesta de la cual él era el director. Se confundía, repetía: A-choc-bra-choc-ham-choc y luego rebotaba en su cabeza, choc-A, choc-bra-choc-ham.
Faltaba aire, parecía que se lo robaban entre ellos. Poco quedaba para ser respirado.
Súbitamente, se le presentó la imagen del día de su casamiento, hecho ocurrido hacía apenas dos meses.
Le habían presentado a la hija del carnicero del pueblo. Era gente decente y de regular posición económica. Él siempre le estuvo agradecido al casamentero. Fue feliz durante los dos meses de casado, hasta que lo introdujeron por la fuerza en este miserable vagón.
El día de la fiesta se respiraba un aire alegre. Todos bailaban y cantaban. ¡Ojalá que dure mil años!

Por lo menos ciento cincuenta personas  se sacudían al ritmo del tren, hacinados.
Algunos gritaban  los nombres de sus familiares, de su pueblo, de su origen, otros ya no tenían fuerzas para hacerlo. Rezaban, solo rezaban.
Con las bocas abiertas trataban de permanecer con vida, inhalando, mendigando ese poquito de aire. ¡Nos prometieron que íbamos a trabajar!
Arbeit macht frei. Pensar que ARBEIT contiene en si misma las letras de AIRE. ¡Qué paradoja!
Ya no hubo mas choc-choc-, el tren se detuvo. Dos repudiables abrieron las puertas del vagón.
Lo primero que se introdujo fue el frío del campo abierto. ¡Por fin  un poco de aire puro!
Empujados como animales, los tiraron del tren. Iban cayendo sobre el pasto, ése asqueroso verde nevado. Era un día helado. ¿Dónde estamos?
Bajaron los sobrevivientes. Se pisoteaban unos a otros. Caminaron formando una fila hasta llegar al galpón. Nadie más habló.

Por la mente de Abraham, pasaba como en una película el recuerdo de aquellos días en que se sentaba con su padre, que era maestro de escuela, a estudiar la Biblia.
Nunca se preguntó para qué.
Introducido a ese miserable rectángulo, inspiró profundamente. Ese lugar no era para trabajar, era para otra cosa.
Les quitaron la ropa a todos, también los anillos. ¡Qué dolor, era el del casamiento! Luego les rasuraron las cabezas. Los metieron por la fuerza dentro de una cámara cerrada, corrieron el portón detrás de ellos y comenzó a respirarse un aire dulzón, al principio, luego, todos percibieron  la falta de oxígeno.
Se agarraban, clamaban misericordia divina y rasguñaban las paredes. Algunos sufrieron convulsiones.

Nadie se lo imaginó. Hoy es el día de la liberación, logrado por las fuerzas aliadas...Se abren las puertas de esa maldita cámara. Abraham está en el piso. Gira levemente su cabeza, respira con dificultad, con mucha dificultad. Retumban en sus oídos los choc-choc-del tren.
Siente que las  vías son como dos lanzas que lo atraviesan a la altura del tórax, justo por debajo de las axilas, mientras los durmientes lo van golpeando destruyéndole las costillas y los pulmones.
Falta el aire. Las puertas están abiertas pero, falta el aire.
Vacío de aire, vacío de memoria, vacío de pensamientos, adelanta el pie derecho, luego el izquierdo.
Se dirige hacia…

      Saúl Buk

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