Las
chispas del golem
¡Pobre Juda León,
rabino de Praga! Supuso que el golem, que por él había sido creado, estaba muerto.
Las pequeñas chispas
de luz que había insuflado a su muñeco
de barro, se reunieron y decidieron crear un erudito humano.
Cada partícula del
nuevo individuo creado iba adosado a una mínima porción de tierra del golem
original.
Consideraron las
chispas, que si el mundo pudo componerse con las veintidós letras del
abecedario, era indudable que con las mismas se podría concebir a un ser vivo.
Para ese menester,
sobraban letras.
Ensayaron uniendo las
letras p-i-e-l- y vieron que se estructuraba la piel y así fueron enhebrando muchas grafías
y de esa manera se moldeaban los huesos,
los músculos, etc. Rápidamente se integraron los aparatos circulatorio,
respiratorio y otros.
Plasmaron un rabino, a
imagen y semejanza de aquel que había creado al golem. Este ser dio muestras de
tener pensamiento propio, ya que siendo inteligente, se resistía a mostrarse
como ente viviente.
Se entusiasmaron tanto
las chispas que fueron plasmando más rabinos y a todos los llamaban “Maharal”, acróstico de “nuestro
maestro el rabino León” en el idioma del antiguo testamento.
Una vez creados, ellos
quedaban suspendidos en el aire y sobrevolaban las ciudades del mundo, con sus
levitas negras, como en las pinturas de Marc Chagall, quien se inspiró
justamente al verlos atravesar los
cielos de París.
La misión de los
mismos era impartir enseñanzas bíblicas, talmúdicas y cabalísticas.
Las derramaban en
forma de flujos energéticos sobre los maestros existentes en la tierra.
Estos hechos
transcurrieron durante mucho tiempo; pero un hermoso día soleado, que extrañamente
se produjo en forma simultánea en todos los países de la tierra, comenzaron a
llover rabinos. Estos se precipitaban a tierra y desaparecían.
La gente al ver el fabuloso
espectáculo, corría aunque más no fuera para quedarse con algún trocito de la
vestimenta rabínica, ya que se había implantado rápidamente la idea de que atesorando
algo, se adquiría parte de la profunda sabiduría de los mismos.
Nadie logró su propósito,
ya que al querer atrapar ese “algo,” este se esfumaba.
Ocurrido este hecho
fenomenal, los diarios de Praga anunciaban que ingresados los periodistas y los
investigadores a la sinagoga “Vieja- Nueva”, que es el lugar donde se hallaban
los restos del golem de barro, encontraron tiradas en el piso las sombras de dos letras hebreas, la Mem (M)
y la Taf (T) que unidas formaban la palabra
“met”, es decir “muerto” y ningún
rastro de la arcilla original.
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