lunes, 9 de mayo de 2016


Las chispas del golem

¡Pobre Juda León, rabino de Praga! Supuso que el golem, que por él  había sido creado, estaba muerto.
Las pequeñas chispas de luz que  había insuflado a su muñeco de barro, se reunieron y decidieron crear un erudito  humano.
Cada partícula del nuevo individuo creado iba adosado a una mínima porción de tierra del golem original.
Consideraron las chispas, que si el mundo pudo componerse con las veintidós letras del abecedario, era indudable que con las mismas se podría  concebir a un ser vivo.
Para ese menester, sobraban letras.
Ensayaron uniendo las letras  p-i-e-l- y vieron que  se estructuraba  la piel y así fueron enhebrando muchas grafías y de esa manera se moldeaban  los huesos, los músculos, etc. Rápidamente se integraron los aparatos circulatorio, respiratorio y otros.
Plasmaron un rabino, a imagen y semejanza de aquel que había creado al golem. Este ser dio muestras de tener pensamiento propio, ya que siendo inteligente, se resistía a mostrarse como ente viviente.
Se entusiasmaron tanto las chispas que fueron plasmando más rabinos y a todos los  llamaban “Maharal”, acróstico de “nuestro maestro el rabino León” en el idioma del antiguo testamento.
Una vez creados, ellos quedaban suspendidos en el aire y sobrevolaban las ciudades del mundo, con sus levitas negras, como en las pinturas de Marc Chagall, quien se inspiró justamente al verlos atravesar  los cielos de París.
La misión de los mismos era impartir enseñanzas bíblicas, talmúdicas y cabalísticas.
Las derramaban en forma de flujos energéticos sobre los maestros existentes en la tierra.
Estos hechos transcurrieron durante mucho tiempo; pero un hermoso día soleado, que extrañamente se produjo en forma simultánea en todos los países de la tierra, comenzaron a llover rabinos. Estos se precipitaban a tierra y desaparecían.
La gente al ver el fabuloso espectáculo, corría aunque más no fuera para quedarse con algún trocito de la vestimenta rabínica, ya que se había implantado rápidamente la idea de que atesorando algo, se adquiría parte de la profunda sabiduría de los mismos.
Nadie logró su propósito, ya que al querer atrapar ese “algo,” este se esfumaba.

Ocurrido este hecho fenomenal, los diarios de Praga anunciaban que ingresados los periodistas y los investigadores a la sinagoga “Vieja- Nueva”, que es el lugar donde se hallaban los restos del golem de barro, encontraron  tiradas en el piso  las sombras de dos letras hebreas, la Mem (M) y la Taf (T) que unidas formaban la palabra  “met”, es decir  “muerto”  y  ningún rastro de la arcilla original.

                             Saúl Buk 

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