Un
soplo puro o no
Él estaba parado en el medio del vagón. Lo habían metido junto a los
otros, así como estaban vestidos en ese momento. No había otra posibilidad,
todos permanecían forzadamente en esa posición. Igual que sardinas enlatadas,
pero de pie.
Choc-choc-choc-choc.
Algunos ya no podían
afirmarse sobre sus pies, los cuerpos se doblaban en zigzag, y eran
sostenidos por el resto del pasaje.
Choc-choc-choc-choc.Avanza. ¿Hacia dónde avanza?
Abraham respiraba el aire viciado del interior. Lo transportaban en la oscuridad. Se perdía.
Las puertas fueron trabadas del lado de afuera.
Recordaba o le parecía que eso sucedía. No lo podía creer. Estaba
rescatando de su memoria el día de su propio nacimiento, en aquella pequeña casita,
cuando la comadrona le golpeó la espalda y a raíz de ello, ingresó por primera vez oxígeno puro en los frágiles pulmoncitos.
Lloró libremente. Se alegró por ello.
Algunos se orinaban, a otros le ocurrían hechos más graves. El olor
era insoportable.
Esas horribles puertas de madera no ofrecían siquiera una grieta.
Cada vez había menos aire, el poco que quedaba era irrespirable.
Sorprendentemente las narinas se agrandaban. Los ojos también. ¿Ver
para respirar?
Choc-choc-choc-choc.
El tren se bambolea. Abraham también.
Sufriente e indefenso, supuso que la letra “h” en el medio de su nombre era la culpable de esta situación.
¡Ay, por qué me pusieron Abraham!
Los alemanes lo empujaron a este viaje por ser portador de la letra
“h”, pensaba. Fue más allá todavía, recordó que cuando estudiaba en aquella
aldea polaca con su papá, éste le recalcaba que el patriarca Abraham, comenzó
su vida sin esa letra. Era Abram. Se la agregaron cuando creyó en un único Dios
invisible. La “h” era el aliento del Creador incorporado al nombre.
Choc-choc-choc-choc.
La mitad de la gente, en
especial los ancianos, se habían
derrumbado, ya no se los veía. Cayeron sobre sí mismos.
El ruido, ése ruido infernal y presagiante, los atormentaba a todos.
Abraham creía que las sílabas de su nombre y el ruido del
ferrocarril, eran instrumentos de una orquesta de la cual él era el director.
Se confundía, repetía: A-choc-bra-choc-ham-choc y luego rebotaba en su cabeza,
choc-A, choc-bra-choc-ham.
Faltaba aire, parecía que se lo robaban entre ellos. Poco quedaba
para ser respirado.
Súbitamente, se le presentó la imagen del día de su casamiento,
hecho ocurrido hacía apenas dos meses.
Le habían presentado a la hija del carnicero del pueblo. Era gente
decente y de regular posición económica. Él siempre le estuvo agradecido al casamentero.
Fue feliz durante los dos meses de casado, hasta que lo introdujeron por la
fuerza en este miserable vagón.
El día de la fiesta se respiraba un aire alegre. Todos bailaban y cantaban.
¡Ojalá que dure mil años!
Por lo menos ciento cincuenta personas se sacudían al ritmo del tren, hacinados.
Algunos gritaban los nombres
de sus familiares, de su pueblo, de su origen, otros ya no tenían fuerzas para
hacerlo. Rezaban, solo rezaban.
Con las bocas abiertas trataban de permanecer con vida, inhalando,
mendigando ese poquito de aire. ¡Nos prometieron que íbamos a trabajar!
Arbeit macht frei. Pensar que ARBEIT contiene en si misma las letras
de AIRE. ¡Qué paradoja!
Ya no hubo mas choc-choc-, el tren se detuvo. Dos
repudiables abrieron las puertas del vagón.
Lo primero que se introdujo fue el frío del campo
abierto. ¡Por fin un poco de aire puro!
Empujados como animales, los tiraron del tren. Iban
cayendo sobre el pasto, ése asqueroso verde nevado. Era un día helado. ¿Dónde
estamos?
Bajaron los sobrevivientes. Se pisoteaban unos a otros.
Caminaron formando una fila hasta llegar al galpón. Nadie más habló.
Por la mente de Abraham, pasaba como en una película
el recuerdo de aquellos días en que se sentaba con su padre, que era maestro de
escuela, a estudiar la Biblia.
Nunca se preguntó para qué.
Introducido a ese miserable rectángulo, inspiró
profundamente. Ese lugar no era para trabajar, era para otra cosa.
Les quitaron la ropa a todos, también los anillos.
¡Qué dolor, era el del casamiento! Luego les rasuraron las cabezas. Los
metieron por la fuerza dentro de una cámara cerrada, corrieron el portón detrás
de ellos y comenzó a respirarse un aire dulzón, al principio, luego, todos
percibieron la falta de oxígeno.
Se agarraban, clamaban misericordia divina y
rasguñaban las paredes. Algunos sufrieron convulsiones.
Nadie se lo imaginó. Hoy es el día de la liberación,
logrado por las fuerzas aliadas...Se abren las puertas de esa maldita cámara.
Abraham está en el piso. Gira levemente su cabeza, respira con dificultad, con
mucha dificultad. Retumban en sus oídos los choc-choc-del tren.
Siente que las vías
son como dos lanzas que lo atraviesan a la altura del tórax, justo por debajo
de las axilas, mientras los durmientes lo van golpeando destruyéndole las
costillas y los pulmones.
Falta el aire. Las puertas están abiertas pero, falta
el aire.
Vacío de aire, vacío de memoria, vacío de
pensamientos, adelanta el pie derecho, luego el izquierdo.
Se dirige hacia…
Saúl
Buk