Un comienzo
Estaba
con el cuaderno abierto que me pedía letras y mi bolígrafo haragán en la mano.
Mientras el café se enfriaba. Haciéndome el distraído en el medio del salón, mi
cabeza giraba sobre sí misma, tal como lo hace la del muñeco de un ventrílocuo.
Ella
llegó con un bebé amarrado a su cochecito y ocupó la única mesa que quedaba
vacía.
Toda
mi testa decidió frenar sus movimientos rotatorios. Las dos lupas que tengo en
mis ojos se enfocaron sobre ella, mi presa literaria. Cuando comenzó a tomar su
café y a morder la medialuna, puse en primera mis piernas, me ubiqué a su lado
y le pregunté:
− ¿Vivís
sola?
−No−
me dijo, seca como una hoja de otoño.
−Estoy
escribiendo−decime algo más−
le pedí casi implorando. No tengo tema y quiero escribir algo. Los renglones
vacíos me aterran.
Me
miró desde la torre de su refugio. Me revisó de pies a cabeza y me respondió:
−Me
separé hace un mes.
− ¿Con
motivos? (me di cuenta por su gesto que la pregunta era totalmente estúpida).
−
Sí. El tipo no existía, me dijo algo indignada por mi atrevimiento.
− ¿Entonces
por qué te casaste con el supuesto “invisible”?
−Por
amor al verde.
− ¿Tenía
campos?
-No,
tenía dólares.
− ¿Y
ahora?
−Ahora,
gracias a mis abogados tengo billetes, muchos billetes y busco un amor de
verdad.
Ella seguía moviendo, con su pie derecho, el cochecito
del bebé. Inclinaba su calota de derecha a izquierda y viceversa. No sé si
estaba nerviosa y eso la relajaba o pasaba sus ideas de un hemisferio cerebral
al otro.
De pronto finas lágrimas, como perlas transparentes,
partieron de sus ojos celestes. Parecía que no veía, porque me buscó con su
mano y luego apoyó su cabeza sobre mi hombro. Comencé a sentirme incómodo.
Una señora de sombrero verde nos miraba. Le
hice un gesto como que no tenía muy claro que es lo que estaba sucediendo.
− ¿Qué
pensás?, le pregunté.
−
Que tal vez seas el amor de mi vida.
−
Pero, si no nos conocemos.
−
Podríamos hacerlo, me dijo.
− ¿Cómo?
Le pregunté ingenuamente.
Sacó
un pañuelito no sé de dónde y lo pasó suavemente por sus ojos.
−Vos
escribís algo sobre mí, yo lo leo y te digo si me gusta. Seré sincera cuando lo
haga y si no me agrada, podemos corregir juntos.
−
Nunca se me hubiese ocurrido, le dije.
En
ese momento el bebé comenzó a llorar.
Se
levantó como si no hubiésemos conversado. Un resorte humano.
− Me llamo Venus y vengo todos los viernes, me dijo con
una sonrisa.
Saúl
Buk 09-03-2018
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