lunes, 19 de marzo de 2018


    Saúl Buk                                       
                                   Un comienzo
Capítulo 3.
Subí lentamente la escalera que iba a soportar el peso de mis emociones. Depositarlas en el primer piso era el segundo paso. Una expectante sensación recorría mi interior. ¿Y si ella se me hubiera adelantado?
El último escalón lo pisé con los ojos cerrados. Cuando los abrí, para mi asombro, el bar estaba colmado de nadie. Me acerqué al mostrador. Apareció la fantasmal camarera y le pedí como siempre: un cortado y un croissant. Me senté en la misma silla que el viernes anterior. Era una ubicación algo lejana de la escalera y lo peor es que estaba de costado a mi objetivo. No estaba seguro de mi plan. Tenía dos opciones: dar vuelta mi cabeza cada minuto  o esperar a que ella llegara y me sorprendiera con algunos golpecitos en el hombro. Yo un árbol, ella un pájaro carpintero.
Ya comenzaban a teñirse de negro por dentro los bebedores de café de la mañana. Me sentía acompañado. Por suerte la silla en la que ella había depositado su belleza en nuestro primer encuentro se mantenía desocupada. Su mesa estaba al lado de la ventana que da a la calle.
 Alguien interrumpió mi concentración en este escenario, se le había caído un libro. Escuché ese ruido tan especial que hacen las hojas de papel cargadas de letras. Traté de ver de dónde provenía, pero lo único que vieron los contenidos de mis cuencos  fue grandioso. Una figura femenina que salía del ascensor. Parecía una modelo desfilando por la pasarela, que en vez de llevar una cartera, lo hacía con un cochecito de bebé. Venía directo hacia mí. Altiva, no miraba a nadie. Pasó por detrás de  mí sin saludarme. Quise esbozar algún gesto con la mano pero me contuve. Como no podía ser de otra manera, hizo su nido en el mismo lugar que la semana anterior.
Yo la seguía. Ojos fijos. Imaginaba que en cualquier momento me iba a ver.
Atendía únicamente al niño acostado en el carrito. Hoy no lloraba.
Aguanté sólo dos minutos. Dejé abierto a mi sediento cuaderno. Me levanté y puse en marcha mis zapatos con todo su contenido. Me pareció muy corta la distancia, pero lo hice casi corriendo. Sin pedir permiso, me senté en la silla que la enfrentaba.
Buen día, Venus le dije.
Buen día señor. ¿Nos conocemos?
Me costó recuperarme de este golpe. Inspiré hondo e incorporé el “nos conocemos” que llegó hasta mis alveolos pulmonares.
 Ángel, me dijetropezón no es caída, adelante.
¿Te acordás que el viernes pasado estuvimos charlando y me contaste que te habías separado?
− Si, algo recuerdo.
− ¿Y también me dijiste que podría ser el amor de tu vida?
− Mirá, yo todos los días de la semana desayuno en un bar diferente y a cada hombre que se me acerca le digo lo mismo− me dijo sin mirarme.
− De acuerdo pero yo no soy un hombre, le dije.
− Bueno, aspecto tenes. ¿Que sos?, otra vez con aquella sonrisa.
− Soy un ángel.
−Me han tratado de seducir con muchos argumentos, pero…
−Te voy a explicar. Yo vivía en lo que ustedes llaman cielo y me enteré que los seres humanos, aquí en la tierra, tienen capacidades físicas para reproducirse, que los ángeles no tenemos.
− Y entonces− abrió grandes sus ojos.
− Me escapé y bajé a la tierra, un poco por envidia y otro poco por curiosidad. Quería saber si de alguna manera, descendido podría procrear.
− ¿Por qué me elegiste a mí con la excusa de que tenías que escribir algo? − Vamos bien, me alegra de que ahora me recuerdes.
− ¿Cómo te llamas?− me preguntó.
−Ángel, ¿te gusta?
− Mucho ¿Por qué me elegiste?
− Es muy simple, te vi con un bebé. Por lógica debías ser una mujer fértil.
− Me gusta tu historia y me gustas vos también, dijo ella más tranquila.
Yo no sabía cómo ubicarme. Estaba inquieto pensando en un futuro.
Miré a mí alrededor y vi que nos miraba la mujer del sombrero verde.
− ¿Sabes quién es la señora del sombrero que nos está observando?−le pregunté.
− ¿Qué señora?
− La de la mesa de tu derecha.
− Ahí no hay nadie− me dijo asustada.
Sin responderle me acerqué a esa mesa y me saqué una selfie. Se la mostré a Venus.
− ¿Ahora la ves? ¿Te recuerda a alguien?
− Si, a una tía mía que falleció hace muchos años. ¿Pero, como aparece en la fotografía?
− Volviendo a nuestro tema− le dije, para sacarla de su asombro.
− ¿Nuestro tema? Preguntó, casi temblando.
− Si, el de la procreación.
− ¿Qué me querés decir?
− Que me estoy enamorando de vos, Venus.
− Yo estoy sintiendo lo mismo por vos.
− ¿Qué te parece si…?− intenté.
Todos los músculos de su cara se contrajeron y con gesto adusto me dijo:
− Tengo que decirte que el bebé no es mío. Lo cuido todas las mañanas a pedido de una amiga que trabaja.
− No lo puedo creer− le dije desorientado.
− ¿Entonces?− me preguntó.
No respondí. No tenía ni fuerzas ni ganas de hacerlo.
Se incorporó de golpe. Parada, terminó de un sorbo su café, mordió algo de la medialuna y se disponía a irse cuando la sujeté del brazo y le dije:
− Igual te amo.
− Ángel, no te olvides que yo vengo todos los viernes.
Y se fue.
        Saúl Buk  19-03-2018





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