Saúl Buk
Un comienzo
Capítulo 3.
Subí
lentamente la escalera que iba a soportar el peso de mis emociones. Depositarlas
en el primer piso era el segundo paso. Una expectante sensación recorría mi
interior. ¿Y si ella se me hubiera adelantado?
El
último escalón lo pisé con los ojos cerrados. Cuando los abrí, para mi asombro,
el bar estaba colmado de nadie. Me acerqué al mostrador. Apareció la fantasmal
camarera y le pedí como siempre: un cortado y un croissant. Me senté en la
misma silla que el viernes anterior. Era una ubicación algo lejana de la
escalera y lo peor es que estaba de costado a mi objetivo. No estaba seguro de
mi plan. Tenía dos opciones: dar vuelta mi cabeza cada minuto o esperar a que ella llegara y me
sorprendiera con algunos golpecitos en el hombro. Yo un árbol, ella un pájaro carpintero.
Ya
comenzaban a teñirse de negro por dentro los bebedores de café de la mañana. Me
sentía acompañado. Por suerte la silla en la que ella había depositado su
belleza en nuestro primer encuentro se mantenía desocupada. Su mesa estaba al
lado de la ventana que da a la calle.
Alguien interrumpió mi concentración en este
escenario, se le había caído un libro. Escuché ese ruido tan especial que hacen
las hojas de papel cargadas de letras. Traté de ver de dónde provenía, pero lo
único que vieron los contenidos de mis cuencos
fue grandioso. Una figura femenina que salía del ascensor. Parecía una
modelo desfilando por la pasarela, que en vez de llevar una cartera, lo hacía
con un cochecito de bebé. Venía directo hacia mí. Altiva, no miraba a nadie. Pasó
por detrás de mí sin saludarme. Quise
esbozar algún gesto con la mano pero me contuve. Como no podía ser de otra
manera, hizo su nido en el mismo lugar que la semana anterior.
Yo
la seguía. Ojos fijos. Imaginaba que en cualquier momento me iba a ver.
Atendía
únicamente al niño acostado en el carrito. Hoy no lloraba.
Aguanté
sólo dos minutos. Dejé abierto a mi sediento cuaderno. Me levanté y puse en
marcha mis zapatos con todo su contenido. Me pareció muy corta la distancia,
pero lo hice casi corriendo. Sin pedir permiso, me senté en la silla que la
enfrentaba.
−
Buen día, Venus− le dije.
−Buen
día señor. ¿Nos conocemos?
Me
costó recuperarme de este golpe. Inspiré hondo e incorporé el “nos conocemos”
que llegó hasta mis alveolos pulmonares.
Ángel, me dije−tropezón
no es caída, adelante.
−
¿Te acordás que el viernes pasado estuvimos charlando y me contaste que te
habías separado?
− Si, algo recuerdo.
− ¿Y también me
dijiste que podría ser el amor de tu vida?
− Mirá, yo todos los
días de la semana desayuno en un bar diferente y a cada hombre que se me acerca
le digo lo mismo− me dijo sin mirarme.
− De acuerdo pero yo
no soy un hombre, le dije.
− Bueno, aspecto tenes.
¿Que sos?, otra vez con aquella sonrisa.
− Soy un ángel.
−Me han tratado de
seducir con muchos argumentos, pero…
−Te voy a explicar. Yo
vivía en lo que ustedes llaman cielo y me enteré que los seres humanos, aquí en
la tierra, tienen capacidades físicas para reproducirse, que los ángeles no
tenemos.
− Y entonces− abrió
grandes sus ojos.
− Me escapé y bajé a
la tierra, un poco por envidia y otro poco por curiosidad. Quería saber si de
alguna manera, descendido podría procrear.
− ¿Por qué me elegiste
a mí con la excusa de que tenías que escribir algo? − Vamos bien, me alegra de
que ahora me recuerdes.
− ¿Cómo te llamas?− me
preguntó.
−Ángel, ¿te gusta?
− Mucho ¿Por qué me
elegiste?
− Es muy simple, te vi
con un bebé. Por lógica debías ser una mujer fértil.
− Me gusta tu historia
y me gustas vos también, dijo ella más tranquila.
Yo no sabía cómo
ubicarme. Estaba inquieto pensando en un futuro.
Miré a mí alrededor y
vi que nos miraba la mujer del sombrero verde.
− ¿Sabes quién es la
señora del sombrero que nos está observando?−le pregunté.
− ¿Qué señora?
− La de la mesa de tu
derecha.
− Ahí no hay nadie− me
dijo asustada.
Sin responderle me
acerqué a esa mesa y me saqué una selfie. Se la mostré a Venus.
− ¿Ahora la ves? ¿Te
recuerda a alguien?
− Si, a una tía mía
que falleció hace muchos años. ¿Pero, como aparece en la fotografía?
− Volviendo a nuestro
tema− le dije, para sacarla de su asombro.
− ¿Nuestro tema? Preguntó,
casi temblando.
− Si, el de la
procreación.
− ¿Qué me querés
decir?
− Que me estoy
enamorando de vos, Venus.
− Yo estoy sintiendo
lo mismo por vos.
− ¿Qué te parece si…?−
intenté.
Todos los músculos de
su cara se contrajeron y con gesto adusto me dijo:
− Tengo que decirte
que el bebé no es mío. Lo cuido todas las mañanas a pedido de una amiga que
trabaja.
− No lo puedo creer−
le dije desorientado.
− ¿Entonces?− me
preguntó.
No respondí. No tenía
ni fuerzas ni ganas de hacerlo.
Se incorporó de golpe.
Parada, terminó de un sorbo su café, mordió algo de la medialuna y se disponía
a irse cuando la sujeté del brazo y le dije:
− Igual te amo.
− Ángel, no te olvides
que yo vengo todos los viernes.
Y se fue.
Saúl Buk 19-03-2018
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