martes, 13 de marzo de 2018


Saúl Buk
Un comienzo
 Capítulo 2
Durante cinco minutos el minutero de mi reloj no se activó. Me quedé Sentado y podría decirse petrificado, mirando lo que había quedado de ella, el holograma de su figura que ocupaba todo el espacio. Fue tan natural mi visión que no tuve que apelar a mis facultades extrasensoriales, como lo hago de costumbre.
¿Ella tenía clavados sus ojos en los míos o era una ilusión?
Dentro de esa tridimensión el bebé continuaba con su  llanto, pero era un lloriqueo muy silencioso, casi lejano. La vibración de un acorde. Cada vez que ella exhalaba, el niño emitía un lamento. Hasta me resultaba un dúo placentero.
La señora del sombrero verde se había ido detrás de ella. Me pareció que hasta llegó a saludarla.
Volví a mi mesa  y me incrusté en la dura silla. Miré el cuaderno  y vi un horizonte de paralelas. Era algo inalcanzable.
Movido por algún impulso, coloqué el cuaderno de tal forma que las rayas  quedaran verticales. Nunca pude comprender el motivo por el cual comencé a escribir entre renglones de arriba hacia abajo.
¿Tal vez por mis orígenes o mi ascendencia? No lo sé.
Llené todos los espacios de una página. Quise releer lo que había escrito y no pude hacerlo. ¿Serían criptogramas?
Recogí todo y me fui.
Bajando la escalera comprendí que ella podría ser el motivo de mi existencia en la tierra.
¿Cómo no le pregunté a qué hora vendría el viernes próximo?
No pude descansar ninguna de las noches que se sucedieron hasta la próxima supuesta cita. Me despertaba preguntándome si vendría sola o con el bebé.
Mi figura estaba ocupada por su imagen. Cuando aterricé en este planeta, escuché algunas voces que decían  que en la tierra la pareja aunque esté formada por dos personas es una y por lo tanto singular. Mis deseos se hacían pensamientos y estos se transformaban en hechos. Era correcto que se hubiera unido a mí. Tal vez lograría mi objetivo.
De todas maneras reconozco que estaba viviendo dentro de la burbuja de una gran incógnita. Dos ejércitos que ocupaban mi ser: el de  la sabiduría y el de  la inteligencia, mantenían una guerra ante esta situación.
Confieso que en muchas oportunidades caminé pisando veredas y asfaltos por los alrededores del café para ver si la encontraba. Hasta me había fabricado una cábala. A la ida apoyaba el pie derecho en la calle y el izquierdo en el cordón de piedra y cuando regresaba a mi casa lo hacía a la inversa. Me miraba en las vidrieras de los comercios, sediento de ver si ella se había acoplado a mi imagen, si la traía conmigo, pero nunca ocurrió.
El viernes siguiente puse el despertador a la 6 de la mañana. Me bañé y me afeité. Sobrevolé por un rato el interior de de mi departamento. Todo estaba igual. ¿Por qué tendría que haber algún cambio?, me pregunté.
- Porque llegó el viernes, me respondí enojado.
No hubo más preguntas. No me decidía, pero opté por no desayunar. Quería invitarla yo. Se lo merecía. Anfitrión, pero no al estilo griego.
A las 8 comencé a caminar lentamente. Me estremecí cuando llegué al pie de la escalera del café del primer piso. Mis pies eran dos cubos de hielo derritiéndose.
        Saúl Buk   13-03-2018

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