Saúl Buk
Un comienzo
Capítulo 2
Durante
cinco minutos el minutero de mi reloj no se activó. Me quedé Sentado y podría
decirse petrificado, mirando lo que había quedado de ella, el holograma de su
figura que ocupaba todo el espacio. Fue tan natural mi visión que no tuve que
apelar a mis facultades extrasensoriales, como lo hago de costumbre.
¿Ella
tenía clavados sus ojos en los míos o era una ilusión?
Dentro
de esa tridimensión el bebé continuaba con su
llanto, pero era un lloriqueo muy silencioso, casi lejano. La vibración
de un acorde. Cada vez que ella exhalaba, el niño emitía un lamento. Hasta me
resultaba un dúo placentero.
La
señora del sombrero verde se había ido detrás de ella. Me pareció que hasta
llegó a saludarla.
Volví
a mi mesa y me incrusté en la dura silla.
Miré el cuaderno y vi un horizonte de
paralelas. Era algo inalcanzable.
Movido
por algún impulso, coloqué el cuaderno de tal forma que las rayas quedaran verticales. Nunca pude comprender el
motivo por el cual comencé a escribir entre renglones de arriba hacia abajo.
¿Tal
vez por mis orígenes o mi ascendencia? No lo sé.
Llené
todos los espacios de una página. Quise releer lo que había escrito y no pude hacerlo.
¿Serían criptogramas?
Recogí
todo y me fui.
Bajando
la escalera comprendí que ella podría ser el motivo de mi existencia en la
tierra.
¿Cómo
no le pregunté a qué hora vendría el viernes próximo?
No
pude descansar ninguna de las noches que se sucedieron hasta la próxima
supuesta cita. Me despertaba preguntándome si vendría sola o con el bebé.
Mi
figura estaba ocupada por su imagen. Cuando aterricé en este planeta, escuché
algunas voces que decían que en la
tierra la pareja aunque esté formada por dos personas es una y por lo tanto singular.
Mis deseos se hacían pensamientos y estos se transformaban en hechos. Era
correcto que se hubiera unido a mí. Tal vez lograría mi objetivo.
De
todas maneras reconozco que estaba viviendo dentro de la burbuja de una gran
incógnita. Dos ejércitos que ocupaban mi ser: el de la sabiduría y el de la inteligencia, mantenían una guerra ante
esta situación.
Confieso
que en muchas oportunidades caminé pisando veredas y asfaltos por los
alrededores del café para ver si la encontraba. Hasta me había fabricado una
cábala. A la ida apoyaba el pie derecho en la calle y el izquierdo en el cordón
de piedra y cuando regresaba a mi casa lo hacía a la inversa. Me miraba en las
vidrieras de los comercios, sediento de ver si ella se había acoplado a mi
imagen, si la traía conmigo, pero nunca ocurrió.
El
viernes siguiente puse el despertador a la 6 de la mañana. Me bañé y me afeité.
Sobrevolé por un rato el interior de de mi departamento. Todo estaba igual.
¿Por qué tendría que haber algún cambio?, me pregunté.
-
Porque llegó el viernes, me respondí enojado.
No
hubo más preguntas. No me decidía, pero opté por no desayunar. Quería invitarla
yo. Se lo merecía. Anfitrión, pero no al estilo griego.
A las 8 comencé a caminar lentamente. Me estremecí
cuando llegué al pie de la escalera del café del primer piso. Mis pies eran dos
cubos de hielo derritiéndose.
Saúl Buk
13-03-2018
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