miércoles, 31 de agosto de 2016

        La experiencia
Era muy joven y vestía de negro.
La hacía madura.
Se ubicó en la mesa que da a la ventana.
Agitaba su pierna derecha,
mientras su mirada se estrellaba
contra la puerta.
Miró el reloj.
¿A quién esperaba?
Extrajo un espejito de su cartera
y una pequeña caja redonda.
La abrió y suavemente
Con la yema de sus dedos
comenzó a ponerse algo en la cara.
Se observaba en el cristal plateado… y corregía.
Hasta que al final sonrió.
Miró el reloj.
Apretó sus labios.
Ya no movía la pierna.
Suspiró profundo.
Sus ojos azules “pixelaban” la entrada del bar.
Golpeó con ambos tacos el piso.
Me reconoció.
Un extraño gesto apareció en su rostro.
Fue algo como: ¡y bueno, sucede!
Comenzó a caminar en el sentido de la flecha
que indicaba la  salida.
      Saúl Buk 

lunes, 22 de agosto de 2016


       Inexplicable ausencia    

Las tenía conversando muy cerca de mí.

Nos separaban pocas mesas.

Eran dos. Una señora de blanca y enrulada cabellera

y una joven a la que nunca le pude ver el rostro.

La muchacha sostenía un cuaderno en su mano derecha

y un libro en la izquierda.

La anciana, de anteojos de marco oscuro,

se abrigaba con un multicolor pullover tejido a mano.

Como una serpiente, un largo pañuelo verde rodeaba su cuello.

Se arrastraba en ella.

La cartera negra ocultaba su pubis

y un pantalón azul, “brillosamente” gastado,

cubría sus enfermizas piernas.

Le daba confusas explicaciones a la niña,

mientras señalaba la tapa de un texto rojo.

 Hablaban en voz alta, pero yo no entendía su idioma.

A  intervalos sincronizaban las bisagras

e  inclinaban sus cabezas sobre el libro.

¿Sería para entenderlo o tal vez para reverenciarlo?

Se miraban a los ojos para comunicarse.

Parecía no alcanzar.

¿Miopía o veneración?

Entonces, la joven acompañaba sus dichos con ampulosos gestos.

Esfuerzo lógico, pero vano.

¿Cómo no se percataron que no se puede

mantener un diálogo sin la ayuda del celular?



                        Saúl Buk 22-08-2016

miércoles, 17 de agosto de 2016

                Cita a ciegas
Llegaron casi juntos.
Se sentaron enfrentados
en una mesa del bar del primer piso,
Mientras  saboreaban  el café
las señas convenidas fueron desnudadas.
Él era mayor, canoso y casi calvo.
¿Trataba de seducirla?
Lo que yo no entendía era: ¿Cómo lo hacía?
Ella era una joven rubia de uñas rojas.
El relleno celeste de sus órbitas se clavaba en el celular.
Dos extensiones de sus manos,
se movían velozmente sobre el teclado.
Él hacía lo mismo y sus pulgares temblaban.
¿La comunicación sería siempre virtual?
Satisfacían su ego, mostrando a intervalos,
los rectángulos blancos que asomaban detrás de sus labios.
¡Oh sorpresa!
Se levantaron para darse un beso en las mejillas.
¡Tibio! ¡Tibio!
Se reubicaron en sus sillas
para continuar con su esforzada tarea.
Sus emoticones se reían en serio.
Intercambiaron una mirada cómplice.
Otra vez sus cuerpos abandonaron el formato de la silla,
para estirarse verticalmente.
¿Sería un ritual?
Brindaron con las tacitas de café en alto.
Juntaron sus labios,
resistiendo la carnosa separación.
Chocaron los celulares y se fueron.
                         Saúl Buk   

domingo, 7 de agosto de 2016

                                             Por la mitad
”Estoy en el primer piso del  café, a unos diez metros de la ventana blanca. Toda ella es una cuadrícula vidriosa.
 ¿Qué veo?  
En realidad, ¿qué logro ver?
No lo puedo creer. Observo cómo se desplazan las partes de arriba de los colectivos. Todos cortados al medio.
Yo también pedí un cortado.
La radio sigue sonando. Escribo y escucho.
Con mucho recelo echo un vistazo y veo otro colectivo. Tiene escrito en su techo: Olivos 152.
 La radio me dice: ¿Cuándo bailamos? Me hace recordar a Sunset. Olivos y baile.
 ¡Qué tiempos!
Vicente Lopez-Chacarita, otro colectivo, no sé que número de línea.
¡Qué me importa! Es rojo y negro. Se va el colectivo y veo el cartel de propaganda de una marca deportiva en el frente de un negocio.
Medio florista, entrega medio ramo de rosas.
Medias personas caminan por la vereda de enfrente.
De la cintura para arriba. Camisas, sacos, cinturones, se desplazan por el marco inferior del ventanal.
¿Le quitaran la pintura de tanto rasparlo?
Belgrano-Constitución. Celeste y blanco.
Ahora pasan, el rojo, el amarillo. Nunca pensé que existían tantos colores de colectivos.
No, que chabón que sos, dice la radio.
¿A mí me habla o a quién?
Estoy partido al medio. Me acerco a la ventana. Ahora sí. Lo veo todo completo. ¿De qué me sirve? No sé de qué me sirve.
Pongo mi mano como si fuera una visera, pero sobre la mitad de los ojos.
 Ahora veo la parte de abajo de todo.
Caminan pantalones, polleras y se arrastran zapatos y zapatillas, entre otras cosas.
¿Adónde van? ¿Adónde voy?..

                                                      Saúl Buk  

lunes, 1 de agosto de 2016

                                    Porciones de un diario
                                                                                        Concreciones diferentes  pueden materializar la escena.
                                                                        De “Influencia de la hamburguesa en la vida de un escritor”,
                                                                  libro aún no escrito.
  
 Ese  día fui temprano al Burger de Cabildo a tomar un cafecito. Consulté en el mostrador por el diario del día. La empleada me señaló una pequeña caja adosada a la pared.
La gente lo va dejando por secciones y uno lo va recibiendo en cuotas .Si te acompaña la fortuna, conseguís  la parte principal.
Sigo una cábala, si encuentro únicamente  el suplemento “belleza”,  me busco otra cafetería.
Es mi costumbre leer solo algunos párrafos. No vaya a ocurrir que me contamine y mis escritos se salpiquen de rojo, ya que el periódico siempre  chorrea sangre.
Al poco tiempo de estar inmerso en la lectura, percibí una sombra de  baja estatura, silenciosa, con formato femenino.
Era una Eva raramente desdibujada.
Ella misma lo confirmó cuando me señaló el periódico con su índice derecho. Mi mirada la recorrió en su totalidad, comenzando lógicamente por su dedo acusador.
 En ese extraño momento comencé a razonar en voz alta y así comenzó nuestro diálogo.

-¿Quiere el diario, señora?, le pregunté haciéndome  el distraído.
 Está completo doña.
-Voy a ver si es cierto, respondió con mala cara.
-Si, están todas las secciones, le dije.
-El gobierno hace lo que quiere, señaló.
Me desconcerté.
-Esto lo escribo, pensé mientras me recomponía.
Yo le dije, ella me dijo…
Cosas diferentes.
Es la manera de entenderse.
No hubo discusión.
Entonces, ella leía.
Yo escribía.
Ella ya no me…
Y  yo tampoco.

Me fui…