La aventura de dos letras…un
amor difícil
Estaban
en la ordenada fila de letras del abecedario. El mismo, que a veces altera la Real Academia Española. Todos los signos se hallaban como de costumbre, inquietos, esperando a ser llamados por alguien que quisiera decir
o escribir algo. Sólo a dos, en especial, se los veía muy impacientes.
Uno era la
letra “O”, que ocupaba el número dieciséis y el otro la “I”, signo ubicado en
el número nueve del alfabeto.
Sentían orgullo porque en este caso eran letras mayúsculas, pero a
la vez padecían de un sentimiento de tristeza dado que ni siquiera eran
contiguas.
Suponen algunos eruditos que quien las diseñó originalmente, las
pensó para que estuvieran en forma ensamblada
o superpuesta.
Sabían perfectamente que por sus formatos visibles, la “O”
pertenecía al sexo femenino, mientras que la letra “I”, al masculino.
Las dos, se miraban y se espiaban. Lo hacían cuando eran llamadas para
formar palabras o cuando se apartaban ocasionalmente de la línea del alfabeto.
Se gustaron, se citaron y se fueron conociendo en las vocalizaciones
o trazados de los diferentes lenguajes que los seres humanos utilizaban para
comunicarse.
Se divertían, jugaban. Algunas veces una estaba delante y otras veces detrás en la formación de las
palabras. Pero ese detalle dependía, lógicamente, de terceros. Eran, de alguna manera,
esclavas de la voluntad de los humanos.
Por más que se intenten crear millones de palabras para congraciarse
con estas dos letras, nunca se obtendrá
un vocablo en el cual la “O” se encime a
la “I” o viceversa.
En algunas ocasiones, estos signos estaban pegados, albergados transitoriamente
en alguna palabra, pero nunca unidos en una sola letra.
Parecía no existir esa posibilidad, pero el destino fue el que
cambió el rumbo de la relación.
Un afortunado día, recibieron por casualidad la visita de una vieja pícara
a quien le revelaron su problema. Ella era una de las primeras letras del
abecedario, una doble pechuga, la “B” mayúscula.
Ésta que tenía experiencia de soltera, pero nunca había formalizado,
les dio un buen consejo:
-Búsquense un monograma, les dijo con voz de sabia.
-¿Cómo es eso?, preguntaron las dos letras que estaban en ese
momento muy juntas en la palabra “OÍ”.
- Es un dibujo compuesto por dos letras, que representa generalmente
el nombre y apellido.
En el caso de ustedes podría ser la identificación de vuestra
pretendida pareja.
-Y nosotros cómo estaríamos, preguntó la “O”, sonrojándose, pero
imaginando.
-Simplemente uno sobre el otro, entrelazados, dijo la vieja, guiñándole
un ojo.
-¿Cuál sería el lugar físico en el cual nos encontraríamos?,
consultó “I”, exagerando su vozarrón masculino.
-La gente coloca los monogramas sobre servilletas, gemelos de
camisas o sellos, respondió la “B” y se ubicó frente a un espejo para acomodarse
los pechos, que con los años…
Luego agregó:”La única condición excluyente es que van a poder
utilizar el lugar sólo cuando esos monogramas no sean usados por sus dueños, ya
que al tenerlos presentes, ustedes dos quedarían excluídos. ¿Está claro?
-Clarísimo, se lamentó “I, por la limitación.
-Seguro que buscando por el mundo encontraremos en algún sitio ese
monograma, afirmó la “O”, entusiasmadísima.
Los dos se retiraron a sus lugares de origen, a la espera de la
próxima oportunidad, convencidos de que los encuentros amorosos en lugares fijos son una
aventura de amor difícil, pero eso era lo que ofrecía el abecedario.