viernes, 18 de marzo de 2016

                              Un Asiento vacío
Uno, dos y ¡Ya! Atrás quedaron los escalones del colectivo.
Miro hacia el interior y no lo puedo creer: ¡Un asiento vacío!
Pero… hay un señor parado y ¿No lo ocupa?
Viste un saco y un pantalón de colores indefinidos.
Me siento en el lugar vacante. Abro mi libro, me dispongo a leer, pero sus movimientos me distraen.
Introduce su mano derecha en el bolsillo de su pantalón, extrae un papelito blanco, muy arrugado.
 Algo tiene escrito.
Lo acerca a sus ojos que parecen salirse de sus cuencos. Sostiene las letras entre sus dedos y agacha su cabeza. Parece el muñeco de un ventrílocuo.
Mira el papel, mira hacia afuera. Mira el papel  e insiste, siempre mira hacia afuera.
Su curiosidad horizontal atraviesa el vidrio de la ventanilla.
Mordiéndose los labios, esboza un esperado gesto de fastidio.
Guarda su nota. Los pasajeros lo observan.
Él no lo sabe.
Transcurren tan sólo un instante y vuelve al papel y a mirar hacia afuera.
Con su mano izquierda sigue sujeto al pasamano vertical, ése que une su piso –tierra con su techo-cielo.
No se cansa, porque es  su rutina. Otra vez y otra vez más.
Me levanto.
¿Qué ocurre con el que está parado?, le pregunto al chofer.
“No lo sé, ésta es la tercera  vuelta completa y no se baja”.
Me arrimo al extraño hombre.
Señor: ¿Puedo ayudarlo?
Sorprendido, aprieta fuerte su texto. Las letras parecen escurrirse entre sus dedos.
Se desespera.
Con el dedo índice me señala su ojo derecho y luego la hojita arrugada. A continuación, con el mismo dedo, gesticula moviéndolo  en forma pendular.
“Lo entiendo, señor.”
Me di cuenta: el pobre no sabía leer.
Regresé a mi asiento, mientras él, por enésima vez observaba lo escrito, agachaba su cabeza, miraba hacia afuera y guardaba el bollo de papel.
Pero, ahora, no sé por qué, sonreía.
        Saúl Buk  18-03-2016


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