sábado, 12 de marzo de 2016

   Dar en el blanco
Vengo cruzando la calle,
mirando a los cuatro vientos
 y la veo sentada.
Ahí está la señora.
Sí, la del abundante cabello blanco
Que le hace retroceder  la cabeza,
hasta  hacerla parecer orgullosa.
 Sus párpados tristes, ya caídos,
apenas esconden sus pupilas celestes.
Mira con fruición la mesa redonda.
¿Qué estará viendo?
Me acerco… Me acerco…
Observo sus ojos  fijos en la tabla blanca.
Parece hipnotizada.
Ahora, voy por detrás de ella
 y reconozco el lugar que  eligió.
Es el ojal, que la mesa redonda ofrece,
 para el sostén de la sombrilla.
“¿Para qué lo hace, señora?”, pregunto.
“Estoy cuidando a mi perro”.
Entonces, a través  de ese orificio,
 veo al viejo caniche,
 triste y blanco.
Su cabeza levantada contiene dos ojos celestes,
que reparan sólo en ella.
        Saúl Buk   

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