Dar en el blanco
Vengo
cruzando la calle,
mirando a
los cuatro vientos
y la veo sentada.
Ahí está la
señora.
Sí, la del abundante
cabello blanco
Que le hace
retroceder la cabeza,
hasta hacerla parecer orgullosa.
Sus párpados tristes, ya caídos,
apenas esconden
sus pupilas celestes.
Mira con
fruición la mesa redonda.
¿Qué estará
viendo?
Me acerco…
Me acerco…
Observo sus
ojos fijos en la tabla blanca.
Parece
hipnotizada.
Ahora, voy
por detrás de ella
y reconozco el lugar que eligió.
Es el ojal,
que la mesa redonda ofrece,
para el sostén de la sombrilla.
“¿Para qué
lo hace, señora?”, pregunto.
“Estoy
cuidando a mi perro”.
Entonces, a
través de ese orificio,
veo al viejo caniche,
triste y blanco.
Su cabeza
levantada contiene dos ojos celestes,
que reparan
sólo en ella.
Saúl Buk
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