domingo, 6 de marzo de 2016

Bar del primer piso

Con los ojos bien abiertos,                                                                                                            
 miro.
Pero cuando los entrecierro,
veo.
¡Qué tristeza en el rostro de la señora!
Sí, esa de azul, que cruza Cabildo.
De frente se encuentra con su amiga que le sonríe.
Atareada.
Estaba en el medio de la calle.
El colectivo de franjas rojas y negras
venía por Juramento y giró.
Felizmente el chofer hizo chirriar los frenos.
Entre la multitud y sobre el pianito
arrastra su lenta osamenta el viejito del bastón.
Se fracturó la cadera y golpeó su edad contra el asfalto caliente.
Todos corren.
Infinidad de colores ocultan al anciano.
Y yo, como un fotógrafo, escribo.
¡Ay! ¿Por qué no se callará mi vecino de mesa?
No lo soporto más.
Lo miro.
Me desagrada.
Observo al charlatán.
“Señor, ¿podría hablar en voz más baja?
De reojo me desprecia y me responde:
“Oiga, usted que eligió la ventana,
¿Por qué no mira la calle?”
“Es lo mismo”, le respondo.
Sonó mi celular y atendí.
     Saúl Buk  

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