Bar
del primer piso
Con los ojos bien
abiertos,
miro.
Pero cuando los entrecierro,
veo.
¡Qué tristeza en el rostro de la
señora!
Sí, esa de azul, que cruza Cabildo.
De frente se encuentra con su amiga
que le sonríe.
Atareada.
Estaba en el medio de la calle.
El colectivo de franjas rojas y
negras
venía por Juramento y giró.
Felizmente
el chofer hizo chirriar los frenos.
Entre la multitud y sobre el pianito
arrastra su lenta osamenta el
viejito del bastón.
Se fracturó la cadera y golpeó su
edad contra el asfalto caliente.
Todos corren.
Infinidad de colores ocultan al
anciano.
Y yo, como
un fotógrafo, escribo.
¡Ay! ¿Por qué no se callará mi
vecino de mesa?
No lo soporto más.
Lo miro.
Me desagrada.
Observo al charlatán.
“Señor, ¿podría hablar en voz más
baja?
De reojo me desprecia y me responde:
“Oiga, usted que eligió la ventana,
¿Por qué no mira la calle?”
“Es lo mismo”, le respondo.
Sonó mi
celular y atendí.
Saúl
Buk
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