Saúl Buk
Un comienzo
Capítulo 8.
Avanzábamos hacia un
desconocido lugar de encuentro. Nos íbamos acercando el uno al otro hasta
convertirnos en una pareja, es decir, un único ser. Singular. La horizontalidad
de nuestros movimientos reptaba en el aire. En ese instante ya éramos energía
pura. Nuestras masas, ahora invisibles, comenzaron a producir ondulaciones
similares a las que logran los delfines en el mar. Sin embargo podíamos ver y
dialogar.
− Venus, percibo que
algo se desprende de mi − le dije.
− Yo, en cambio,
siento que una energía, que nunca había sentido, se funde y me penetra. Al
óvulo lo tengo esperando, si esperando, en mi bajo vientre. Es muy placentero
lo que está ocurriendo.
− ¡Qué alegría!
− Ángel, veo una letra
E y una O que están por unirse.
− Espermatozoide y
óvulo significan. Observá el formato de las letras y te vas a dar cuenta que
así se debe interpretar en el holograma
que colocaron delante de nosotros − le dije.
− Algo se mueve en mi
interior− dijo Venus.
− En nuestro interior,
amor. Somos uno en este momento.
No podría calcular cuánto
transcurrió entre el principio y el fin de esta situación encantadora. En esta
dimensión el tiempo no existe. Lo que sí puedo asegurar es que la temperatura
envolvente estaba en su máxima expresión; cuando dos ángeles mayores se
acercaron y nos informaron que esta única experiencia universal había concluido
y ahora debíamos regresar a nuestra realidad terráquea. Ellos nos fueron
separando muy suavemente. Recobramos nuestra forma y nuestras capacidades. Los
cuerpos volvieron a la posición vertical.
Cuatro baldosas de vereda se ubicaron debajo de nuestros temblorosos pies. En
ese instante cambió el ritmo musical que nos acompañaba. El coro ya había
acallado su voz. Comenzamos a bailar. Desaparecieron los dos ancianos ángeles y
sin que se notara demasiado, tras de ellos se fueron los miles de coreutas. Las
nubes que hacían de muralla se elevaron como un telón de teatro, para ocupar su
posición en el cielo. Comenzamos a caminar sin destino (a mi criterio éramos
tres). Sin saber de que manera se iba construyendo un angosto camino que nos
guiaba. Juramento y Cabildo se iba recomponiendo a medida que nos alejábamos.
Percibíamos el ruido de la gente en las calles, los colectivos y las bocinas de
los autos. Un paso tras otro (hubiera deseado ser un ciempiés) nos
adelantábamos, pero nos preguntábamos: ¿hacia dónde?, hasta que una mano, la de
la tía de Venus nos frenó. Increíblemente, estábamos parados sobre el umbral
del café de la esquina. Nuestras desconcertadas cabezas eran dos barriletes
coleando.
Después de esta
experiencia Venus adquirió cierto poder extrasensorial, ya que pudo reconocer a
su tía y se estrecharon en un larguísimo abrazo que concluyó cuando Venus se
dio cuenta que se estaba abrazando a sí misma. La dama del sombrero verde había
desaparecido. Yo la vi sonreír.
− Venus, hoy no
tomaremos café. ¿Venís a vivir conmigo?
− Por supuesto, amor−
me respondió sin dudarlo.
− Caminemos por
Cabildo y luego en un pequeño giro a la izquierda llegaremos a mí… No, a nuestro
hogar.
− Estoy feliz, Ángel.
Antes de entrar al
edificio le quise gastar una broma. Me hice invisible por unos instantes sin
que ella lo notara. Abrí la puerta de entrada, le pedí que caminara sin mirar
para atrás. Nos dirigíamos al ascensor cuando apareció Doña Rosa llevando su
bolsa de compras. La sostenía con sus dos manos por delante de su abdomen,
parecía un canguro.
− Buen día, vecina− le
dije.
Ella giró su cabeza
hacia todos los costados y a la única que vio fue a Venus.
− Buen día señora− le
dijo− disculpe ¿Es usted ventrílocua?
− Buen día – le
respondió Venus− soy periodista ¿Por qué me lo pregunta?
− Porque la voz que
escuché es la de mi vecino y a la que veo es a usted.
− Le pasa algo similar a lo que ocurría en el cuento
bíblico de Isaac y sus hijos.
La mujer la miró con
mucha desconfianza.
− Ángel es mi esposo,
doña− dijo Venus.
− Terminemos con este
jueguito, señora− dijo enojada Doña
Rosa.
− No se enoje vecina− le
dije− golpeándole suavemente en el hombro.
− ¿Quién me toca?−
reaccionó asustada.
− Yo, Ángel, que estoy
detrás suyo.
− No lo vi entrar
¿Donde estaba?
− Después le cuento el
truco Doña Rosa− le dije sonriendo.
Me miró como quién ve
un elefante en un living.
− Le repito lo que le
dijo Venus, ella es mi esposa.
No me respondió y se
fue casi corriendo.
Estábamos Ingresando al departamento cuando noté que dos enormes
caireles líquidos se desplazaban por las mejillas de Venus.
Saúl Buk 12-04-2018
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