jueves, 12 de abril de 2018


Saúl Buk
Un comienzo
Capítulo 8.
Avanzábamos hacia un desconocido lugar de encuentro. Nos íbamos acercando el uno al otro hasta convertirnos en una pareja, es decir, un único ser. Singular. La horizontalidad de nuestros movimientos reptaba en el aire. En ese instante ya éramos energía pura. Nuestras masas, ahora invisibles, comenzaron a producir ondulaciones similares a las que logran los delfines en el mar. Sin embargo podíamos ver y dialogar.
− Venus, percibo que algo se desprende de mi − le dije.
− Yo, en cambio, siento que una energía, que nunca había sentido, se funde y me penetra. Al óvulo lo tengo esperando, si esperando, en mi bajo vientre. Es muy placentero lo que está ocurriendo.
− ¡Qué alegría!
− Ángel, veo una letra E y una O que están por unirse.
− Espermatozoide y óvulo significan. Observá el formato de las letras y te vas a dar cuenta que así se debe interpretar en el holograma  que colocaron delante de nosotros − le dije.
− Algo se mueve en mi interior− dijo Venus.
− En nuestro interior, amor. Somos uno en este momento.
No podría calcular cuánto transcurrió entre el principio y el fin de esta situación encantadora. En esta dimensión el tiempo no existe. Lo que sí puedo asegurar es que la temperatura envolvente estaba en su máxima expresión; cuando dos ángeles mayores se acercaron y nos informaron que esta única experiencia universal había concluido y ahora debíamos regresar a nuestra realidad terráquea. Ellos nos fueron separando muy suavemente. Recobramos nuestra forma y nuestras capacidades. Los cuerpos  volvieron a la posición vertical. Cuatro baldosas de vereda se ubicaron debajo de nuestros temblorosos pies. En ese instante cambió el ritmo musical que nos acompañaba. El coro ya había acallado su voz. Comenzamos a bailar. Desaparecieron los dos ancianos ángeles y sin que se notara demasiado, tras de ellos se fueron los miles de coreutas. Las nubes que hacían de muralla se elevaron como un telón de teatro, para ocupar su posición en el cielo. Comenzamos a caminar sin destino (a mi criterio éramos tres). Sin saber de que manera se iba construyendo un angosto camino que nos guiaba. Juramento y Cabildo se iba recomponiendo a medida que nos alejábamos. Percibíamos el ruido de la gente en las calles, los colectivos y las bocinas de los autos. Un paso tras otro (hubiera deseado ser un ciempiés) nos adelantábamos, pero nos preguntábamos: ¿hacia dónde?, hasta que una mano, la de la tía de Venus nos frenó. Increíblemente, estábamos parados sobre el umbral del café de la esquina. Nuestras desconcertadas cabezas eran dos barriletes coleando.
Después de esta experiencia Venus adquirió cierto poder extrasensorial, ya que pudo reconocer a su tía y se estrecharon en un larguísimo abrazo que concluyó cuando Venus se dio cuenta que se estaba abrazando a sí misma. La dama del sombrero verde había desaparecido. Yo la vi sonreír.
− Venus, hoy no tomaremos café. ¿Venís a vivir conmigo?
− Por supuesto, amor− me respondió sin dudarlo.
− Caminemos por Cabildo y luego en un pequeño giro a la izquierda llegaremos a mí… No, a nuestro hogar.
− Estoy feliz, Ángel.
Antes de entrar al edificio le quise gastar una broma. Me hice invisible por unos instantes sin que ella lo notara. Abrí la puerta de entrada, le pedí que caminara sin mirar para atrás. Nos dirigíamos al ascensor cuando apareció Doña Rosa llevando su bolsa de compras. La sostenía con sus dos manos por delante de su abdomen, parecía un canguro.
− Buen día, vecina− le dije.
Ella giró su cabeza hacia todos los costados y a la única que vio fue a Venus.
− Buen día señora− le dijo− disculpe ¿Es usted ventrílocua?
− Buen día – le respondió Venus− soy periodista ¿Por qué me lo pregunta?
− Porque la voz que escuché es la de mi vecino y a la que veo es a usted.
− Le pasa  algo similar a lo que ocurría en el cuento bíblico de Isaac y sus hijos.
La mujer la miró con mucha desconfianza.
− Ángel es mi esposo, doña− dijo Venus.
− Terminemos con este jueguito, señora−  dijo enojada Doña Rosa.
− No se enoje vecina− le dije− golpeándole suavemente en el hombro.
− ¿Quién me toca?− reaccionó asustada.
− Yo, Ángel, que estoy detrás suyo.
− No lo vi entrar ¿Donde estaba?
− Después le cuento el truco Doña Rosa− le dije sonriendo.
Me miró como quién ve un elefante en un living.
− Le repito lo que le dijo Venus, ella es mi esposa.
No me respondió y se fue casi corriendo.
Estábamos Ingresando al departamento cuando noté que dos enormes caireles líquidos se desplazaban por las mejillas de Venus.
      Saúl Buk  12-04-2018

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