Saúl Buk
Un comienzo
Capítulo 7.
A
partir de esa noche comenzaron a visitarme muchos ángeles amigos y otros que no
lo eran tanto. A raíz de mi actitud ellos habían tenido infinidad de reuniones
en el cielo. Todos deseaban encaminar por la senda “normal” a ésa oveja descarriada,
que era yo. A pesar de los buenos consejos que me habían brindado los que me
querían, en general se oponían a este acto de mezcla de habitantes de universos
tan diferentes. Me decían que si bien la solución del problema
ellos la tenían, agregaban con gran desconfianza que históricamente nunca se
había consumado un hecho similar. Repetían:”agua y aceite”, “agua y aceite”,
hermano.
Esa
posición tan estricta me había envalentonado más todavía. Iba a ser el primero,
aunque no era eso lo más importante. Lo que me fortalecía era pensar que todo
iba a ocurrir con Venus. Era una sensación nueva que ellos tampoco la tenían en
su experiencia. ¿Cómo podían opinar sobre un lanzamiento al vacío lleno de
ternura? Discutimos. Elogié al amor y vencí. Logré poner mi pié sobre la cabeza
del león. Amén que para Venus, ésta extraordinaria mezcla sería un boom
periodístico. Finalmente todos me bendijeron y ofrecieron su colaboración para
el día elegido.
¡Viernes,
bendito viernes! Como siempre a las 6.Desayuné y me hice invisible hasta que
tomé la forma de un drone y como tal llegué al café. A la poca gente que se
encontraba en el lugar le pareció extraño que un drone se introdujera en el
baño de caballeros y cerrara la puerta. Esperaron y me vieron salir. A algunos
los reconocí.
−
¿No vio un drone, señor?− me preguntaron.
−
¿Un qué?− les respondí.
Pedí
permiso y fui directo a mi silla. Apoyé mis manos cubriendo mis ojos e hice una
invocación para que Venus no viniese con el bebé que ella cuidaba.
Apareció
como una reina con un muy elegante vestido blanco. Su invisible tía parecía
llevarle la cola. Me levanté de un brinco y comencé a girar sobre mí mismo.
Venus me iba a decir luego: “Parecías un tirabuzón eléctrico”. La estreché
contra mi pecho con todas mis fuerzas. No faltó el beso en la boca. El contacto
fue tan intenso que sin que Venus lo notara, la dama del sombrerito verde nos
despegó.
Ya
ubicados uno frente al otro, nos miramos
más allá de nuestros ojos.
Fui a buscar el café con las medialunas para
los dos.
−
Venus, te debo una explicación− comencé diciéndole.
−
¿Sobre qué tema?
−
La semana pasada me preguntaste que cómo podría haber dormido una semana sin
despertarme.
−Si,
Ángel, lo tengo anotado.
−
Te diré que siendo un ángel tengo ventajas y desventajas. Una de las primeras
es que puedo controlar el sueño a mi voluntad.
− ¿Y
la desventaja?
−
Ya la conoces, se refiere a la ausencia de órganos genitales.
−
Los dos temas serán material informativo para mi diario−
respondió muy profesional.
−
Tengo que decirte que mis amigos ángeles nos tienen una sorpresa para hoy con
respecto a lo nuestro.
−
¿Nos tienen, cómo es eso?− acentuando la palabra “nos”.
− ¿Estás
dispuesta a concretar todo lo que hemos conversado?
−Sí,
justo hoy según las cuentas yo debería estar ovulando.
−
Entonces esos cretinos celestiales lo sabían. Me dijeron que hoy no te vas a
despedir como lo haces siempre.
−
No pensaba hacerlo. En realidad no quiero despedirme.
−
Tomemos tranquilos nuestro “cortadito” y salgamos juntos. Para no preocuparnos,
ellos me dijeron que Juramento y Cabildo será una esquina irreconocible para nosotros.
Me
dio la sensación que el descenso del café desde nuestras bocas a nuestros
estómagos producía un anodino silencio que perturbaba el ruido del local. Solo
pensábamos.
Recogimos
las bandejas y las tazas. Las depositamos en el lugar de costumbre. Bajamos por
la escalera tomados de la mano. Nosotros éramos el desfile que llegó al umbral
de la salida. La fanfarria estaba en nuestras cabezas. Ante nuestros
despavoridos ojos, todo había desaparecido. Mirando bien, casi todo. Las que se
habían esfumado eran las cuatro manzanas que se juntaban en esa esquina. Se
veía el aire, nada más que el aire. Estaba todo rodeado por nubes que
descendieron como si fueran muros de contención. Por delante de éstas, un coro
de ángeles, que se confundía con la atmósfera, cubría todo el perímetro. No se
veía más allá.
−
Pisemos con el pié derecho− le dije a Venus.
−
¿Dónde?− me preguntó temblorosa.
Nuestra entrada fue el disparador para que el coro acompañado de una
suave melodía, comenzara a entonar una
única canción:
“Ambos mundos
Gestan unidos
Por
gracia de Dios
Y la
flecha de Cupido”.
Juntos comenzamos a
levitar por efecto del ultrasonido de las voces.
La tía invisible de
Venus ya no estaba con nosotros.
− Llegó el momento, Venus− le dije apretándole
fuerte su mano.
− Si, Ángel, si− me
contestó muy pálida.
Flotábamos, inmersos en esa nueva dimensión, dirigiéndonos hacia el
centro de ese grandioso cuadrilátero. Nuestras ropas, como por encanto, se iban
desprendiendo y cayendo a un vacío inaparente.
Saúl Buk 08-04-2018
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