lunes, 18 de enero de 2016

                                                       Asesinato en Buenos Aires

Ocurrió hace poco tiempo, un oscuro día en Buenos aires. Los  medios  de información se hicieron eco del extraño asesinato. Las carátulas de los diarios destacaban en letras de molde: “ASESINATO  EN EL CENTRO”.
En  los periódicos se podía leer aproximadamente lo siguiente: “en un pequeño departamento del quinto piso ,ubicado en la calle Esmeralda, casi llegando a la Avenida Corrientes, la policía halló el cuerpo sin vida de Arnaldo Gómez de sesenta y cinco años de edad. El portero del edificio fue quien efectuó la denuncia. “
Refirió que un olor nauseabundo emergía del interior del departamento. No se animó a entrar sólo.
Al  ingresar las autoridades policiales, observaron que el cadáver se encontraba en la cama con los brazos extendidos hacia los costados, sin muestras de reacción alguna al ataque.
La ejecución había sido efectuada con mucha saña, ya que el cuerpo yacía acribillado desde la cabeza hasta los pies.
 Llamó la atención de la policía una perforación de bala ubicada en el entrecejo, que simulaba un tercer ojo.
La puerta de entrada de la vivienda no había sido forzada.
Aparentemente no faltaban objetos de valor, ya que el Rolex de oro permanecía sujeto a la muñeca izquierda del occiso y su billetera tenía una buena cantidad de dinero en su interior.
En el piso, al costado de la cama, hallaron una credencial del ejército.

La oficina de “Investigaciones Privadas 10” o “IP10”, como todos la conocían, había sido creada  por dos personas, sus actuales dueños. Uno de ellos era alto y delgado, un hombre estudioso y amante de la criminalística. El otro, su ayudante, era más bien bajo y rechoncho. Cabe agregar que el nombre de esta empresa no era dado por la excelencia de su trabajo, sino por la apariencia física de sus componentes. Un 10 perfecto.
Hacía tiempo que estaban sin trabajo, por lo que decidieron ocuparse de este caso, ya que la policía, según decían, no lograba resolverlo.
Solicitaron una entrevista con el comisario de la seccional, un amigo de la juventud.
-Buen día, Carlos, dijo Hernán Mendoza, el más alto de los dos.
-Buen día, ¿qué los trae por aquí? respondió el comisario Giménez.
-Queríamos saber algo más del caso de la calle Esmeralda.
-¿Cómo qué?, gruñó Giménez.
-Nos gustaría saber si Gómez tenía alguna relación con el narcotráfico, con autopartes o si era prestamista, como para ir atando cabos, dijo el más alto.
-Les diré, hemos trabajado intensamente, investigando con nuestros informantes y no hemos hallado ni siquiera indicios. Por lo tanto negativo.
-¿Algún otro dato?, preguntó Juan Gil, el más bajo.
-Lo único que puedo agregar, es que el hombre enviudó hace seis meses y no efectuó los trámites de sucesión.
-¿Tiene familiares?, consultó Hernán Mendoza.
-Si, tiene un hijo de 34 años que es profesor de sociología en la Universidad, experto en cabalá.
Ante tan poca información, suponían con buen  criterio que se la estaban negando, atribuyéndolo  al enfrentamiento que comúnmente existe entre la policía y los investigadores privados. Intentaron  solicitar más datos orientadores.
-¿Podríamos visitar la morgue para ver el cuerpo?, preguntó el gordo.
-Por supuesto, aunque de nada les va a ayudar.
Acordaron en reunirse a las 16 horas en la puerta del lugar.
Ingresaron a la morgue y extrajeron de la cámara frigorífica el cadáver.
Lo observaron atentamente y se retiraron en silencio. Luego se despidieron con un apretón de manos. Los socios regresaron a su oficina.
-Caso bravo, dijo Hernán Mendoza. Qué bronca debió tener el asesino. Agujerearlo de arriba a abajo. Parece mafioso el mensaje, pero aparentemente no lo es. Caso difícil.
-No creo que sea tan complicado, dijo Juan Gil. Tendríamos que citar al hijo.
-De acuerdo, ¿tenes algo “in mente”?
Juan no respondió.
A las 19 horas del día siguiente, en la comisaría de la zona, se encontraban reunidos el jefe de la seccional, los detectives y el hijo del asesinado.
-Buenas tardes para todos, dijo el citado, casi alegremente.
El policía, señalándole una silla, lo invitó a sentarse,
Estaban todos ubicados alrededor de la mesa, cuando tomó la iniciativa Juan Gil.
Sin preámbulos, se dirigió al recién ingresado.
-¿Trajo su documento de identidad?
-Sí, claro.
-¿Puedo verlo?
-Aquí lo tiene.
Gil lo observó detenidamente, mientras asentía con la cabeza y una leve sonrisa, como la de la Gioconda, se esbozó en sus labios.
-Dígame amigo, ¿qué sabe de su padre?
-Acláreme por favor la pregunta. ¿A qué se refiere?
-Usted sabe  a qué me refiero.
-No, no lo sé.
-Le voy a decir algo que tal vez lo ponga más lúcido. Me tomé el trabajo de contar las perforaciones en el cuerpo de su “padre”.
-No entiendo las razones por las cuales efectuó esa tarea, respondió el hijo, sin dirigirle la mirada.
 -Son veinticinco y se las voy a enumerar por sector. Una en el entrecejo. Nueve en el torax.Siete en el abdomen y ocho distribuidas en ambos miembros inferiores por igual, o sea 1-9-7-8, usted quiso decir año 1978, año de su nacimiento. ¿Qué le parece?
-Que ha contado usted bien, sus ojos estaban clavados en el piso.
Aturdido, pero como esperando el momento, el hijo  comenzó su relato: “reconozco que he sido descubierto”.
Tras una breve, pero densa pausa, prosiguió: “Confieso que el día anterior al asesinato fui a la biblioteca del mal parido de Gómez, mi supuesto padre, simplemente a buscar un libro para hacer tiempo, ya que tenía una reunión con mis alumnos una hora después. Me llamó la atención un ejemplar que trataba sobre el estudio sociológico de la revolución libertadora. Lo comencé a hojear y en su primer página alguien había escrito una dedicatoria que decía: “Mayor Arnaldo Gómez, te dedico este libro en agradecimiento a tus esfuerzos y te sorprenderá la recompensa. El día 25 de abril nació un niño en el centro de detención que pueden llevárselo e inscribirlo como hijo propio. Con gran afecto. Luego, se observaba  una firma ilegible.
En ese momento comprendí que era hijo de padres desaparecidos y que fui engañado toda mi vida.
Busqué una solución cabalista para que quede un recuerdo inequívoco en ese cuerpo.
-De la siguiente manera, interrumpió el detective Gil, usted tatuó a balazos los números del año de su nacimiento. Uno en la frente, nueve en el torax, siete en el abdomen y ocho en total en ambos miembros inferiores, o sea 1-9-7-8, el año, números  que sumados entre sí 1+9+7+8=25, indican el día de su nacimiento, el 25. Además, al distribuirlos en cuatro grupos, se refirió al mes de abril. Todo coincide con su D.N.I. 25 -4 -1978.

-Sr. Gil ¿usted sabe cabalá?, preguntó el comisario.
-No, pero sé contar y sumar. Recuerde que en un encuentro anterior le había comentado que fui hasta sexto grado.

                    Saúl Buk

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