Asesinato en Buenos Aires
Ocurrió hace
poco tiempo, un oscuro día en Buenos aires. Los medios
de información se hicieron eco del extraño asesinato. Las carátulas de
los diarios destacaban en letras de molde: “ASESINATO EN EL CENTRO”.
En los periódicos se podía leer aproximadamente
lo siguiente: “en un pequeño departamento del quinto piso ,ubicado en la calle Esmeralda,
casi llegando a la Avenida Corrientes, la policía halló el cuerpo sin vida de Arnaldo
Gómez de sesenta y cinco años de edad. El portero del edificio fue quien
efectuó la denuncia. “
Refirió que
un olor nauseabundo emergía del interior del departamento. No se animó a entrar
sólo.
Al ingresar las autoridades policiales,
observaron que el cadáver se encontraba en la cama con los brazos extendidos
hacia los costados, sin muestras de reacción alguna al ataque.
La ejecución
había sido efectuada con mucha saña, ya que el cuerpo yacía acribillado desde
la cabeza hasta los pies.
Llamó la atención de la policía una
perforación de bala ubicada en el entrecejo, que simulaba un tercer ojo.
La puerta de
entrada de la vivienda no había sido forzada.
Aparentemente
no faltaban objetos de valor, ya que el Rolex de oro permanecía sujeto a la
muñeca izquierda del occiso y su billetera tenía una buena cantidad de dinero
en su interior.
En el piso,
al costado de la cama, hallaron una credencial del ejército.
La oficina
de “Investigaciones Privadas 10” o “IP10”, como todos la conocían, había sido
creada por dos personas, sus actuales
dueños. Uno de ellos era alto y delgado, un hombre estudioso y amante de la
criminalística. El otro, su ayudante, era más bien bajo y rechoncho. Cabe
agregar que el nombre de esta empresa no era dado por la excelencia de su trabajo,
sino por la apariencia física de sus componentes. Un 10 perfecto.
Hacía tiempo
que estaban sin trabajo, por lo que decidieron ocuparse de este caso, ya que la
policía, según decían, no lograba resolverlo.
Solicitaron
una entrevista con el comisario de la seccional, un amigo de la juventud.
-Buen día,
Carlos, dijo Hernán Mendoza, el más alto de los dos.
-Buen día,
¿qué los trae por aquí? respondió el comisario Giménez.
-Queríamos
saber algo más del caso de la calle Esmeralda.
-¿Cómo qué?,
gruñó Giménez.
-Nos
gustaría saber si Gómez tenía alguna relación con el narcotráfico, con
autopartes o si era prestamista, como para ir atando cabos, dijo el más alto.
-Les diré,
hemos trabajado intensamente, investigando con nuestros informantes y no hemos
hallado ni siquiera indicios. Por lo tanto negativo.
-¿Algún otro
dato?, preguntó Juan Gil, el más bajo.
-Lo único
que puedo agregar, es que el hombre enviudó hace seis meses y no efectuó los
trámites de sucesión.
-¿Tiene familiares?,
consultó Hernán Mendoza.
-Si, tiene
un hijo de 34 años que es profesor de sociología en la Universidad, experto en
cabalá.
Ante tan
poca información, suponían con buen criterio
que se la estaban negando, atribuyéndolo al enfrentamiento que comúnmente existe entre
la policía y los investigadores privados. Intentaron solicitar más datos orientadores.
-¿Podríamos
visitar la morgue para ver el cuerpo?, preguntó el gordo.
-Por supuesto,
aunque de nada les va a ayudar.
Acordaron en
reunirse a las 16 horas en la puerta del lugar.
Ingresaron a
la morgue y extrajeron de la cámara frigorífica el cadáver.
Lo
observaron atentamente y se retiraron en silencio. Luego se despidieron con un
apretón de manos. Los socios regresaron a su oficina.
-Caso bravo,
dijo Hernán Mendoza. Qué bronca debió tener el asesino. Agujerearlo de arriba a
abajo. Parece mafioso el mensaje, pero aparentemente no lo es. Caso difícil.
-No creo que
sea tan complicado, dijo Juan Gil. Tendríamos que citar al hijo.
-De acuerdo,
¿tenes algo “in mente”?
Juan no
respondió.
A las 19
horas del día siguiente, en la comisaría de la zona, se encontraban reunidos el
jefe de la seccional, los detectives y el hijo del asesinado.
-Buenas
tardes para todos, dijo el citado, casi alegremente.
El policía,
señalándole una silla, lo invitó a sentarse,
Estaban
todos ubicados alrededor de la mesa, cuando tomó la iniciativa Juan Gil.
Sin
preámbulos, se dirigió al recién ingresado.
-¿Trajo su
documento de identidad?
-Sí, claro.
-¿Puedo verlo?
-Aquí lo
tiene.
Gil lo
observó detenidamente, mientras asentía con la cabeza y una leve sonrisa, como
la de la Gioconda, se esbozó en sus labios.
-Dígame amigo,
¿qué sabe de su padre?
-Acláreme
por favor la pregunta. ¿A qué se refiere?
-Usted
sabe a qué me refiero.
-No, no lo
sé.
-Le voy a
decir algo que tal vez lo ponga más lúcido. Me tomé el trabajo de contar las
perforaciones en el cuerpo de su “padre”.
-No entiendo
las razones por las cuales efectuó esa tarea, respondió el hijo, sin dirigirle
la mirada.
-Son veinticinco y se las voy a enumerar por sector.
Una en el entrecejo. Nueve en el torax.Siete en el abdomen y ocho distribuidas
en ambos miembros inferiores por igual, o sea 1-9-7-8, usted quiso decir año
1978, año de su nacimiento. ¿Qué le parece?
-Que ha
contado usted bien, sus ojos estaban clavados en el piso.
Aturdido,
pero como esperando el momento, el hijo
comenzó su relato: “reconozco que he sido descubierto”.
Tras una
breve, pero densa pausa, prosiguió: “Confieso que el día anterior al asesinato
fui a la biblioteca del mal parido de Gómez, mi supuesto padre, simplemente a
buscar un libro para hacer tiempo, ya que tenía una reunión con mis alumnos una
hora después. Me llamó la atención un ejemplar que trataba sobre el estudio
sociológico de la revolución libertadora. Lo comencé a hojear y en su primer
página alguien había escrito una dedicatoria que decía: “Mayor Arnaldo Gómez,
te dedico este libro en agradecimiento a tus esfuerzos y te sorprenderá la recompensa.
El día 25 de abril nació un niño en el centro de detención que pueden llevárselo
e inscribirlo como hijo propio. Con gran afecto. Luego, se observaba una firma ilegible.
En ese
momento comprendí que era hijo de padres desaparecidos y que fui engañado toda
mi vida.
Busqué una
solución cabalista para que quede un recuerdo inequívoco en ese cuerpo.
-De la
siguiente manera, interrumpió el detective Gil, usted tatuó a balazos los
números del año de su nacimiento. Uno en la frente, nueve en el torax, siete en
el abdomen y ocho en total en ambos miembros inferiores, o sea 1-9-7-8, el año,
números que sumados entre sí 1+9+7+8=25,
indican el día de su nacimiento, el 25. Además, al distribuirlos en cuatro
grupos, se refirió al mes de abril. Todo coincide con su D.N.I. 25 -4 -1978.
-Sr. Gil ¿usted
sabe cabalá?, preguntó el comisario.
-No, pero sé
contar y sumar. Recuerde que en un encuentro anterior le había comentado que
fui hasta sexto grado.
Saúl Buk